Apreciados lectores, antes que lean este escrito debo
pedirles disculpas si se me va algún error de acentuación, puntuación,
sintaxis, etc. ya que:
Yo casi no puedo escribir soy cuadraplégico, mudo,
tengo problemas respiratorios y sufro de estrabismo y otros males; sin embargo
ahí vamos, con alegría.
Lo que si les
puedo decir es que el escrito lo realicé, desde principios de noviembre hasta
marzo, con todo cariño y lo más objetivo y veraz posible.
CARDENAL ROSALIO JOSÉ CASTILLO LARA
Trataré de
ser lo más objetivo posible ya que lo haré sobre mí Tío. Para hablar sobro él,
me debo remontar a los años ’50, años felices, en esta época llegábamos a
Güiripa por una carretera de tierra que partía desde Caracas; allí nos reuníamos tíos, primos y
amigos y debo decir que eran más los días que pasábamos allá.
Nos
alumbrábamos con velas y nos sentábamos todos juntos a conversar, sin luz, en
los corredores, momento que aprovechaban los tíos para escabullirse y luego
asustarnos. Nos acostábamos temprano soñando en las actividades del día
siguiente.
La casa
tenía el piso de panelas de arcilla y debía barrerse salpicándole agua para que
no se levantase el polvo, el techo era de caña amarga, las puertas permanecían
abiertas y en el inmenso patio había espacio para los pilones, una cochinera,
una troja, infinidad de matas de mango, níspero, un inmenso ciprés y en lo más
profundo del jardín unos panales de abejas. Al jardín lo separaba de la calle
principal una cerca hecha con alambre de gallinero. Atravesando la calle estaba
la vaquera atracción para los varones.
El pueblo
contaba con unas 400 almas y todos nos conocíamos. Visto así era un pueblo
bucólico, a 900 metros de altura y rodeado de montañas ; por un momento
imagínense como sería aquello 20 años atrás cuando el joven Rosalio deambulaba
por allí.
Entre esta aldehuela y
Caracas existía una carreterita
de tierra en
la cual uno se
tardaba 2 horas
y media, tiempo
suficiente para rezar el
Rosario, decir adivinanzas,
oír cuentos y
las conversaciones de
los mayores.
Así pasaban
los días recordando en
todo momento, especialmente
en las fiestas, al
Tío ausente. Me acuerdo, en los años
5º, se metió al
jardín de mi
casa un enorme pastor alemán, agresivo y no dejaba
que nadie se
acercara; mi padre logró amarrarlo con un
lazo que no fuese
corredizo y lo sujetó
a la reja
de la ventana de mi
cuarto. Acto seguido se dedicó
a averiguar quién era el
dueño de aquella
bestia, pero la búsqueda
resulto infructuosa y
no queriendo dejar abandonado
al perro [que
por lo demás
era bellísimo] en la
calle, llamó a
mi Tío Rosalio quien a
la sazón se
encontraba en Altamira
[corrían los años 50
y ni soñaban
en hacer el
colegio] y luego
que estuvieron de
acuerdo los integrantes
de la Comunidad
Salesiana, mi padre
le puso agua
y comida al
perro y nos fuimos
a acostar. Les diré
que yo no
pegué un ojo pensando
que el animal
iba a arrancar
la reja y
se iba a meter
en mi cuarto.
A la mañana
siguiente, muy temprano
nos dirigimos a
Altamira, no soñaban
en construir el
Colegio Don Bosco, con
el perro en
el maletero del
carro; al llegar
nos esperaba mi tío
y toda la
comunidad. La verdad
era que nadie
se animaba a
abrir la portezuela
del portaequipaje, pasados
unos segundos mi
tío se animó, tomó
las llaves y
abrió dicha portezuela,
el perro gruñía
amenazadoramente desde el
interior del portaequipaje viendo que
no se bajaba,
le silbó cariñosamente, el
perro saltó y se
le acercó, todos pensamos que
el ataque era
inminente pero (para
nuestra sorpresa) se
acercó a olfatearlo
y comenzó a
mover el rabo.
Mi Tío le rodeó el
cuello y mientras le
hacía cariño detrás
de las orejas
mi padre le cortaba,
con una navaja,
el mecate.
Una vez
libre comenzó a brincar
alrededor de mi
Tío y este
se fue hacia
la parte alta
del terreno salpicado
por matas de
mango y macollas
de gamelote; al
cabo de ½
hora apareció con
el perro.
Cuando tenía
7 años (1955)
fuimos a Europa,
en barco, el
viaje, en esa
época duraba unos
18 días y desde
Portugal, donde nos
encontramos con mi Tío,
comenzamos nuestra gira
que nos llevaría
a recorrer buena parte de Europa
en trenes de
carbón.
Este viaje lleno
de peripecias las cuales no
son el momento
para recordar, estableció
entre nosotros unos
lazos de amor
que aflorarían años más
tarde.
Durante la
etapa de mi
niñez, juventud y adolescencia, mi Tío
siempre se las
ingeniaba para recorrer a
Venezuela, con nosotros,
dándonos el consejo
adecuado para cada ocasión y debo
agregar que nunca lo
vi bravo.
Debo
mencionar a 3
grandes sacerdotes que influyeron,
notablemente, en su vida
y que tuve
la dicha de
conocer; ellos fueron:
- Mons. Lucas
Guillermo Castillo Hernández,
su tío y quien
fuera el primer
Arzobispo de Caracas.
- El Padre
Isaías Ojeda; y
- El Beato
Juan Pablo II,
con quien mantenía
una discreta amistad.
Años después,
yo estaba en 4to
año de bachillerato cuando
me enteré que
mi Tío había
sido nombrado Provincial y aunque
su cargo lo mantenía muy ocupado,
hablábamos a menudo.
Luego estando
ya en la universidad,
estudiando Derecho, celebré el
hecho de que lo
hubiesen nombrado Obispo
de Trujillo. Pensé,
ingenuamente, que todos los sobrinos lo podíamos
ir a visitar frecuentemente; pero
ninguno tenía vehículo,
los Tíos trabajaban y nosotros
estudiábamos y trabajábamos, así
que nos conformábamos con verlo
en alguna que otra reunión y
en las Procesiones
del Cristo de San
Casimiro, cuando sus ocupaciones se
lo permitían [esta
Procesión le toca
sacarla todos los años
a la familia
Castillo].
La
alegría fue indescriptible al
tener noticias de
su nombramiento como
Cardenal; una parte
de la familia y
amigos nos trasladamos
a Roma para
presenciar los actos
de la imposición del Capelo Cardenalicio
[por cierto que
estuvo presente la,
para ese entonces,
Madre Teresa de Calcuta].
Durante el
tiempo que permanecimos en Roma pasamos
unos días extraordinarios además de conocerla, pudimos conocer buena parte de
Italia. Pero lo más significativo fue pasar unos días en perfecta camaradería
la cual unió más los lazos de amistad y familiaridad, estrechándolos hasta el
punto de no diferenciar entre tíos y sobrino, aunque si mantenía el respeto
aprendiso;
Posteriormente
regrese a Roma por motivos de trabajo y entonces recorrí los lugares ya
visitados, así como unos que no conocía; también tuve la oportunidad de conocer
parte del Vaticano y ciudades vecinas a Roma; para todos estos actos conté con
un guía de lujo. Durante el tiempo que hube de permanecer en Roma disfrute
enormemente de largas caminatas nocturnas; me acuerdo de una en especial…
salimos de San Pedro rumbo a La Plaza Navona en donde nos tomamos un café y
mientras hacíamos esto decidimos continuar camino hacia El Coliseo, cosa que
hicimos y cuando llegamos pensamos que era la hora de regresar.
Mientras
caminábamos le conté:
Durante los
años ’60 íbamos mucho a Güiripa a practicar motocross, realizando esta
actividad decidimos ir a Carutico [tierras en donde pastaba el ganado]; nos
preparamos muy temprano y pronto estuvimos listos para partir [en el grupo iban
además de mis amigos, mis primos Lucas G. y Manolo], desayunamos y emprendimos,
felices, nuestra aventura. La alegría nos embargaba y cada cual iba haciendo
gala de sus habilidades [caballitos, etc.]; llegados a la pica que nos había de
conducir a Carutico, formamos una fila dispuestos a alcanzar nuestro objetivo.
Así comenzamos nuestra aventura, siguiendo un camino [hecho por y para bestias]
con unas vistas bellísimas, a través de curvas, bajadas y subidas. Esta era la
pica que transitábamos y la cual se convirtió de repente en una bajada
pronunciada y llena de peñascos; al finalizar la bajada comenzaba una abrupta y
larga subida la cual no podíamos superar ya que no podíamos tomar impulso.
En esta
situación tomamos una decisión basada en
el hecho que colina abajo llegaríamos a
la carretera que, de San Casimiro da acceso da acceso a Güiripa. Comenzamos a
bajar e íbamos despreocupados, a campo traviesa, cuando de pronto algo nos
detuvo; la colina por la que circulábamos se encontraba cortada a pique por un
barranco de unos 3 Mts., descorazonados examinamos la situación: 1.- No
podíamos regresar ya que había algunas motos que no tenían la potencia
necesaria para superar parte del camino recorrido. 2.- La colina por la que
circulábamos se encontraba aislada de los terrenos circundante por sendas
grietas, una a nuestra derecha y otra a nuestra izquierda, ambas muy profundas.
Y 3.- La colina en donde nos encontrábamos se encontraba cortada a pique,
formando un verdadero desfiladero; al
fondo del barranco existía un lote, bastante grande, del llamado pasto elefante
cuyas espigas alcanzaban la altura de 3 Mts. o
más.
Mientras
tomábamos una decisión, me subí a mi moto, me puse el casco, prendí la moto y
me retire lo que más podía del borde del barranco; hecho esto, partí en veloz
carrera directamente al precipicio; al pasar al lado de mis compañeros, me
incorporé en la moto y me aferré a ella
lo más fuerte que pude mientras aceleraba a fondo y observaba su cara de
asombro quienes no daban crédito a lo que veían sus ojos.
Un segundo
después volaba por los aires, hasta me llegué a sentir pájaro pero la Ley de La
Gravedad se encargó de traerme a la realidad pronto estuve rodeado de espigas y
seguía cayendo, pro como había pensado no caía perpendicular al suelo; con el
impuso que le imprimí a la motocicleta, esta caía siguiendo un poco el impulso
imprimido lo que hacía que las matas de pasto elefante se fueran doblando unas
sobre otras amortiguando mi caída, hasta el punto que hubiese querido
repetirlo.
Una vez que
hube llegado al suelo me abrí paso, como pude, entre las innumerables ramas y
me dirigí con mi moto a una colina vecina desde observe la cara de mis
compañeros y pude arengarlos a seguirme.
Ninguno se atrevía a lanzarse al precipicio, entonces mi primo Lucas tomó la
iniciativa y en carrera se lanzó al vacío cuidando de no caer en el mismo sitio
que yo; inmediatamente todos siguieron a Lucas, mientras yo los veía volar, uno
a uno, por los aires.
Pronto
estuvimos reunidos y siguiendo un camino de recuas, terminamos de bajar la
montaña hasta llegar a la quebrada El Mono, la
cual atravesamos sin dificultad
encontrándonos así en la carretera que nos llevaría a Güiripa. [Es bueno
aclarar que para el momento en tuvo lugar el hecho narrado no existían cercas,
parcelas y mucho menos casas – finales de los ‘60].
Mi Tío se me
quedó mirando un rato y cuando proseguimos nuestro andar me dijo:
Contaría con
unos siete años, de edad, cuando mi papá me pidió que fuese a Carutico a buscar
la leche y los quesos. Un día a la semana había que ir a buscar la leche fresca
del día y los quesos de los otros 6 días; la leche fresca había que consumirla
inmediatamente, acuérdate que no había electricidad y mucho menos nevera, la
leche que no se utilizaría así como algún queso se repartía entre la gente del
pueblo.
Había que
salir a las 4 a.m. para estar de vuelta a eso de las 9 a.m., eran dos horas de
travesía a caballo, una para estar allá y dos más para regresar. Por eso me
desperté a las 3:30 a.m. y me alisté junto con un amigo para partir hacia los
potreros de Carutico, ensillamos 2 caballos y aperamos una mula [a fin de poder
transportar la leche y los quesos]. Ya cuando íbamos a partir se presento en
los corrales mi papá con dos pedazos de papelón y dos grandes toletes de queso
para que no nos fuésemos con el estómago vacío; íbamos muy contentos envueltos
en sendas ruanas y con nuestros sombreros de cogollo cubriéndonos hasta las
orejas, caía un pertinaz rocío de esos que dicen: ‘’Que no moja pero empapa’’.
Recorrimos
la Calle Principal y tomamos la vereda
que habría de llevarnos a Carutico todavía estaba oscuro y debíamos tomar una
bajada muy pronunciada, era larga y a cada paso que daban las bestias sentíamos
como se resbalaban y así transcurría su andar.
Llegamos al final de la bajada y teníamos
que hacer que nuestras acometieran con brío la larga y empinada que nos
esperaba; a tal efecto y con los pies calzados con alpargatas taloneé a mi
caballo para hacerle saber que esperaba lo mejor de él. Apenas había comenzado
a subir mi caballo resbaló inclinándose hacia el lado izquierdo amenazando con
caer colina abajo; yo salte hacia el lado derecho cosa que me salvó de ser
arrastrado por el caballo en su caída. Lo último que pude ver fue el caballo
mientras rodaba colina abajo y agitaba sus patas emitiendo fuertes relinchos.
Me incorporé
y me dirigí a donde se encontraba mi amigo y mientras se apeaba hurgué en sus
alforjas en busca de su linterna, cuando la conseguí fui con mi amigo hacia el
sitio por había rodado el caballo, lo
encontramos erguido sobre un terreno bastante abrupto y lleno de piedras,
apenas nos vio resopló fuertemente como queriendo decir ‘’aquí estoy’’. Le
rodeé el cuello mientras le pasaba un mecate para sujetarlo, le quité el freno,
estaba lleno de barro y sin silla; nos giramos para buscarla y allí estaba en
el suelo al lado de una filosa piedra, se trataba de una silla americana my
fuerte y construida para el trabajo. El caballo en la voltereta que dió debió caer sobre la roca partiendo en 2
el fuste de la silla.
Esto lo he
considerado una obra protectora de María Auxiliadora, esto lo uno a lo que me
contaste y al hecho cierto y conocido por todos los guiripeños, que tu Tía
María Cristina Bolívar [la esposa de mi hermano José Rafael] se desbarrancó con
una pick up cargada de niñitos, en donde la quebrada El Mono atraviesa la
carretera y todos salieron ilesos.
En estos
hechos se nota claramente la mano de María Auxiliadora y el que hayamos salido
indemnes sólo a Ella se lo debemos y hay que agradecérselo. Yo pensaba, hasta
ese momento, que todo se lo debía a mi
pericia con las motos.
Mi Tío
regresó a Güiripa y luego de bañar al caballo y ponerle linimento, ensillaron
otra cabalgadura y partieron de nuevo, realizando el viaje sin ninguna
dificultad.
Pasaron
muchos años antes de que Mi Tío decidiera venirse a vivir a Venezuela y se
radicara en su pueblo natal, Güiripa, Estado Aragua. Aunque pensaba dedicase al
estudio tranquilo y dedicar sus últimos años a crear y organizar algunas
fundaciones con el único propósito de ayudar al prójimo. Tal vez pensó, quizás,
que yo le podría dar una mano, pero se encontró con un sobrino mudo y
cuadraplégico el cual no lo podía ayudar.
Aunque su
alto cargo lo obligaba a cumplir con múltiples compromisos, tanto en Venezuela
como en el exterior, siempre buscaba un tiempo para venir a visitarme; llegaba
a mi lado, en la sala, con su característica sonrisa y se sentaba a mi derecha
y me conversaba de cosas serias y triviales.
Cuando
enfermó y debió ser hospitalizado, mucho me hubiese gustado poder visitarlo,
cuando me enteré de su deceso lo tomé con bastante calma pero al llegar el
momento de las exequias se apoderó de mí un incontrolable ataque de llanto a
sabiendas que ya el debería estar gozando de la presencia de Dios.
Desde el
cielo intercede ante Dios y María Auxiliadora para que nos den su bendición.
Rosalio Julio Castillo Brandt (Roly); miércoles, 21 de
marzo de 2012.
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