"ANTES DE QUE LEAS LO QUE ESCRIBI DEBES SABER: YO CASI NO PUEDO ESCRIBIR, SOY CUADRAPLEGICO; MUDO; TENGO PROBLEMAS RESPIRATORIOS Y SUFRO DE ESTRAVISMO [LO QUE ME IMPIDE LEER] Y OTROS MALES; SIN EMBARGO AHI VAMOS. QUIERO PEDIRTE EXCUSAS SI SE ME VA UN ERROR DE ORTOGRAFÍA, SINTAXIS O ALGUN OTRO. TAMBIEN LES TENGO QUE DECIR QUE ME LLEVO 60 DIAS ESCRIBIR MI TEXTO INSPIRACIÓN, Y ESTO ME HACE MUY FELIZ PODERLE DECIR A TODOS LOS CUDRAPLEGICOS QUE NO SE RINDAN; QUE DEN TODO DE SI. ME GUSTARIA QUE ALGUN AMIGO MÍO, SALESIANO O JESUITA, QUE TUVIESE RELACIÓN CON LAS REVISTAS SIC O BOLETIN SALESIANO HICIESE PUBLICAR ESTE ESCRITO, NO PORQUE PIENSE QUE ESTA SEA UNA PIEZA LITERARIA RELEVANTE, SINO PARA QUE SIRVA A LOS DISCAPADOS DE ALIENTO PARA SEGUIR LUCHANDO Y DECIRLE AL MUNDO QUE TENEMOS ANIMO DE VIVIR. NADIE VALORA MAS SU LIBERTAD QUE AQUELLOS QUE LA HAN PERDIDO INJUSTAMENTE". Roly, lunes, 29 de marzo de 2010.

TEXTO ROSALIO CASTILLO


Pensamiento aporte por Rosalio Castillo

Pensamiento aporte por Rosalio Castillo
Pensamiento por Rosalio Castillo

LIBRO VIRTUAL DOBLE INSPIRACIÓN: HOMENAJE A ROSALIO CASTILLO

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miércoles, 25 de diciembre de 2013

VACACIONES LLANERAS



Les dedico este escrito a mis tíos y primos que me acompañaron en esta aventura sin olvidarnos de mi prima Lucinita y mi hermana Minucha.
Sé que este escrito es largo y pesado de bajar, pero sé que a unos les va a avivar el recuerdo; a otros los amantes de las aventuras encontrarán pasajes de su agrado; los botánicos se recrearan con la flora; y en general todos se harán una idea de cómo era la Venezuela de los años 50 y cómo eran nuestros paseos.
Como les digo es largo y pesado de bajar y esto lo hice con un gran esfuerzo para dártelo a ti en estas fechas; esta fue la razón por la cual me mantuve tan alejado de las redes sociales.
Quizás puedas leer estas líneas en estos días de fiesta, demás está decirte lo feliz que me harías si lo leyeras y si por casualidad llegase a gustarte siéntete en plena libertad de compartirlo.

Perdonen los errores ya que mi enfermedad me impide corregirlos.


UNAS VACACIONES LLANERAS, EN LOS AÑOS 50 CON  DON PEDRO COUPART (Tío Pedrito)


PARTE I
EL LLANO
Oriundo de Barbacoas y hermano menor de mi abuela Consuelo (Mamaelo) Coupart de Brandt; ambos debieron enfrentar solos la vida ya que desde pequeños quedaron huérfanos dada esta situación, mi abuela que era la mayor se encargó de criarlo y quizás debido a eso se tenían un cariño entrañable.
Cuando fue creciendo se empleó como becerrero, en su ciudad natal, pero gracias a su buena disposición para trabajar, a la pericia que demostraba aj realizarlo, unido a ello la dulzura de su carácter; no dudaron unos primos (los Rodríguez) en llevárselo para el Hato Puerta de Palacio, en el estado Guárico, allí en poco tiempo aprendía lo poco que le faltaba saber del oficio becerrero así paso a ser ordeñador peón y caporal. Ejerciendo este último trabajo tuvo la oportunidad de conocer a muchos dueños de fincas a todo lo largo del estado Guárico, lo que le permitió pasar largas temporadas en esos sitios adquiriendo un amplio conocimiento del llano venezolano, su cultura, su gente y muy especialmente de la geografía guariqueña.
Por esos años (principios de los 50) se hizo muy amigo de los Castillo, Hernández y Biord a quienes acompañó en múltiples partidas de caza; me acuerdo particularmente de un sitio que frecuentábamos mucho y que se llama “Caño Aguas Muertas´´. Plagado de babas, caribes (pirañas), tembladores, rayas y culebras pero un verdadero paraíso para la caza y la pesca. Por cierto que en estos parajes tuve mi primera experiencia con un tigre y muchas anécdotas que algún día les contaré, porque no estamos hablando de mí.
Para llegar a este sitio partíamos, muy temprano en la mañana, en unos jeep de la 2ª. Guerra Mundial, descapotados y con cauchos de cadena. No existía como ahora la autopista y debíamos atravesar El Valle para internarnos en una carreterita rural que nos conduciría hasta La Mariposa en donde se acababa el asfalto de allí continuábamos por una carretera de tierra que nos llevaría a Charallave y siguiendo una vieja vía que pasaba por unas fincas de ganado se llegaba a Cua, en donde siempre saludábamos a los Medina.
Luego de atravesar el río, no habían hecho la carretera por Marín proseguíamos hacia San Casimiro a donde llegaríamos una vez pasado El Loro. Debo advertirles que para la época no había negocios a orilla de carretera en donde calmar la sed. Pasado San Casimiro comenzaban nuestros sueños de aventura y se puede decir que el camino apenas comenzaba.
Al cabo de un rato pasábamos por la alcabala de Pardillal, vecina al caserío de Camatagua, lo llamo caserío, porque para la época todos los pueblos lo eran y En Camatagua ni soñaban en hacer la represa ni las antenas parabólicas, dejando atrás Pardillal y después de un pasar un buen trecho de camino uno atravesaba la Finca Guanayén, propiedad de mi buen amigo y amigo de mi padre, Juan Antonio, quien viviera en San Casimiro. Luego se pasaba por Barbacoas, por cierto que hablando de este pueblo mi abuela siempre hacía mención al parentesco que teníamos con Simón Díaz, el cantante, cosa que me confirmo años más tarde el propio Simón Díaz.
Pasando Barbacoas nos enrumbábamos hacia El Sombrero, ultimo sitio en donde conseguiríamos un surtidor de gasolina, por supuesto no se había construido La Represa de Calabozo y uno tomaba la única vía que existía para arriba a Calabozo, pero al llegar al crucero El Cristo torcíamos a la izquierda {este franco. Debo hacer un paréntesis para comentarles que en este sitio tenía una finca el papá de mi primo Raúl Fernández Barbosa. Igualmente les quiero decir que debían ser como las 5 de la tarde, estábamos totalmente empolvados y no existía ningún adelanto de la tecnología, ni IPod, ni video games y la radio ni se oía lo que nos obligaba a participar de las conversaciones de los adultos y no era poco lo que aprendimos: principios y valores, cultura, historia y geografía, a no diferenciar entre las personas, a socorrer al necesitado, etc. En fin aprendimos a ser hombres de bien.
A eso de las 7 de la noche nos recibían con los brazos abiertos los Rodríguez en el Hato Puerta de Palacios, dividido por el rasgo carretero que conducía a Chaguaramas o a Las Mercedes del Llano. Nos prepararon unas arepas que acompañamos con cuajada, al terminar de cenar luego de fijar la hora de partir todos colgamos nuestras hamacas y nos acostamos comentando los incidentes del viaje y arrullados por los ruidos de la noche nos fuimos durmiendo uno a uno.
A eso de las 4 y 15 nos levantaron con un guayoyo (café claro que preparaban con papelón), una vez guardado todo en los vehículos y que los adultos hubiesen apurado su lavagallos (en el llano se acostumbra tomarse un trago de aguardiente y un café antes de empezar el día y también llaman lavagallos al buche de aguardiente que le echa el gallero a sus gallos de pelea para refrescarlos en las travesías – para ello el gallero se pone en la boca un buchito de aguardiente y procede a aspersar al gallo bajo las alas para refrescarlo).
Partimos pues rumbo hacia la vía de Los aceites entre mechurrios atractivos a la vista y muy necesarios para la época (estos eran unos tubos muy altos que permitían la salida del gas de los pozos petroleros y era quemado para evitar males mayores). Así deslumbrados e iluminados por ellos seguíamos el rastro que mi Tío Pedrito encontraba siguiendo las estrellas, a partir de este momento quedábamos en manos de él quien su pericia de baqueano y conocedor del llano nos debería conducir a partir de este momento.
Los Aceites era una vía muy angosta que serpenteaba a través de un bosque de galería cubierta de un polvillo fino que nos obligaba a mantener cierta distancia del vehículo que nos precedía para no ir tragando polvo. Por lo demás  esta selva de galería estaba llena de vida tanto animal como vegetal, allí vi por primera vez araguatos, morrocoyes, culebras de varias especies, rabopelados, camaleones, pájaros y garzas a cual más bella; nos rodeaban muchas especies de orquídeas que asidas a los troncos de los árboles nos impregnaban con sus fragancias y con sus flores adornaban el bosque, por lo temprano de la hora comenzaban a abrir las flores de chupachupa las cuales recolectábamos para ir chupando, había matas de cañafistolas frondosas aún en los meses de verano que produce unas semillas encapsuladas en una vaina dura y unidas por una sustancia pegajosa aunque debo decir que estas semillas despedían un olor desagradable para los humanos eran una delicia para el ganado, vi coco de mono un árbol que da una fruta que le encanta a los monos pero de comerla el hombre pierde el pelo (¿será verdad?), habían matas de caruto el fruto del venado, las mayas que producen unos frutos que vuelven locos a los báquiros, colgando de las matas había un tipo de bejuco que cortabas y lo suspendías sobre tu boca abierta y el dejaba caer un chorro de agua que calmaba tu sed, etc.
Una vez que salíamos de la zona de Los Aceites nos golpeaba el rostro una brisa fresca y ligera que nos permitía olvidarnos del ambiente húmedo reinante en la selva de galería que acabábamos de pasar. Esta brisa dejaba atrás las nubes de zancudos jejenes que nos azotaban.
Ya en campo abierto las primeras luces del alba con fuertes tonos de amarillo-rosa iluminaban las ondulantes colinas por las que transitábamos y las cuales presentaban como único adorno unas matas de chaparro y al pie de ellas una macolla de monte (por cierto que íbamos muy pendientes de ver si encontrábamos una colmena que poderla castrar y recoger la miel y los panales).
Estas colinas se hacían cada vez menos altas y nos conducían, a través de un camino carretero. al paso del Río de Aguas Blancas y lo llamaban así por la imposibilidad de acceder a las sabanas ubicadas en su margen izquierda debido a que debían superarse unas empinadas barrancas, este es un paraje hermoso, lo rodeaban frondosos árboles, existía un rancho de bahareque y tejas y adosado había un pequeño corral,
. Entre el rancho y el corral había un tronco de algarrobo ahuecado y lleno de agua, separado del piso por otras ramas de madera; el tronco estaba cubierto por una lámina toda oxidada de zinc y al quitarla se encontraba uno, flotando sobre el agua una totuma para beber,
Este era un paso muy dificultoso ya que para la época no existían cauchos especiales para la arena y mucho menos winches. Este era el último contacto con la civilización y mientras los hombres apertrechaban los vehículos con gasolina que el dueño vendía en latas mantequeras y que los interesados debían sacar de un tambor de 200 Lts. Chupando con una manguerita hasta crear el efecto sifón, una vez llena la lata se repetía la operación para verter el contenido de la lata a los tanques de combustible de los vehículos; como comencé diciendo, aprovechábamos para comernos unos cambures manzanos con queso fresco que nos habían regalado Los Rodríguez y refrescarnos en el río.
Nos separaba del río unos 150 Mts de arena blanca, muy fina y luego había que atravesar el río que aunque de aguas muy claras su fondo arenoso dificultaba atravesarlo (es de hacer notar que en Los Llanos es muy difícil encontrarse un río de aguas claras a menos que se trate de un morichal); como si esto no bastase, al cruzar el río debía remontarse una barranca bastante empinada de unos 3 o 4 Mts. Una vez listos, no había que llevar gasolina para plantas eléctricas, no existían y nos alumbrábamos con lámparas de querosén y velas de cebo (que hacían en el llano con cebo de ganado). Partimos a pie al lado de los vehículos por si hubiese algún inconveniente y necesitase ser empujado, pero en esta oportunidad no se presentó ningún inconveniente.
Una vez atravesado el río y ubicados en su margen derecha nos encaminamos rumbo sur; para mí a partir de este momento era como si me encontrara en otro mundo habíamos dejado atrás una Venezuela convulsionada por la dictadura (Pérez Jiménez) y aunque los mayores no hablaban de ello, ahora pienso que era un momento para rebajar las tenciones que me consta eran muchas.
Yo comenzaba a soñar con todas aquellas aventuras que nuestros padres nos leían: ´´Dos años de vacaciones´´, ´´La familia Robinson´´, ´´La isla misteriosa´´, ´´todos aquellos libros de Emilio Salgari y su personaje Sandokan´´, etc. Y los suplementos que leíamos ´´Roy Rogers´´, Gene Austrid´´, ´´Búfalo Bill´´ y quién sabe cuántas más.
Así partimos alegremente guiados por Tío Pedrito sobre colinas que cada vez se hacían cada vez menos altas para fusionarse con una llanura inmensa abrazada por el sol del verano, pero plena de una rica fauna salvaje logramos ver cachicamos, culebras, morrocoyes, puercoespín, garzas, corocoras, garzones, gabanes, paraulatas, martes pescador, palomas, patos reales y guirirí, etc.
Viajábamos siempre en carnavales porque en Semana Santa siempre viajábamos a Güiripa porque sacábamos la procesión del Cristo de San Casimiro y nos encontrábamos en Guaritico convertida la zona en el Parque Nacional Aguaro-Guaritico (para la fecha no recuerdo que existiesen Parques Nacionales; el único que recuerdo además del Pinar era del Parque Codazzi con sus matas de samán y venados.
Así siguiendo la ruta que se había trazado en su mente Pedrito, como lo llamaba mi Tía Ana Teresa a mi tío. Pronto dejamos las colinas para recorrer las sabanas provistas de una paja muy rala de allí que se calculase 10 hectáreas por animal y con algunos mogotes de monte en donde podían observarse matas de caruto, las cuales daban un fruto que consistían en una delicia para los venados, igualmente abundaban las palmas sabaneras arremolinadas por el viento y morichales con su agua fresca y cristalina.
Ya en la llanura nuestro andar transcurría por una sabana inmensa en donde pastaban indiscriminadamente grupos de ganado cimarronero con aquellos que tenían su legítimo dueño mezclándose entre sí para pastar tranquilamente; si uno se fijaba con detenimiento podía observar entre los grupos uno que otro venado que, apaciblemente, pastaban con ellos. En nuestro andar atravesamos muchos caños de aguas oscuras en los cuales sabíamos  que habitaban rayas, tembladores, caribes (pirañas), babas, entre otros; muchos morichales que  representaban una delicia porque nos permitían refrescarnos y calmar la sed; algunos bajíos  presentaban mogotes de pasto chirigüero, no apetecible por el ganado. Era todo un espectáculo ver las solitarias y frondosas matas de aceite en la cual hacían sus nidos decenas de pájaros y brindan su sombra al caminante.
Entre bromas risas y un almuerzo muy campestre bajo un aceite transcurrió el viaje, sin ningún accidente que lamentar y a eso de las 4 de tarde arribábamos al sitio donde íbamos a armar el campamento a orillas del Caño Aguas Muertas.
Para llegar al sitio que habíamos escogido para levantar el campamento debía pasarse por una vaquería distante a unos 8 Km del campamento y a la sombra de 3 matas de samán. Saludamos haciendo una reverencia a unas personas que se encontraban en un palo a pique a un lado de un corral de ganado (Vaquería: En esa época se acostumbraba que todos los dueños de hatos, de la zona, dispusiesen de 1 o 2 peones acompañados por el caporal para que fuesen  recogiendo todo el ganado que se encontrare en sus tierras y los depositasen en el corral descrito. No había cercas y todo el trabajo se realizaba con la máxima cordialidad; se ejecuta a fines de verano – empezaba a llover después de Semana Santa – pues estas tierras donde nos encontrábamos se inundaban y se debía atravesar el caño en pos de pastos verdes y tierras más altas. Una de las faenas más importante que se realizaba era la herrada, esta se realizaba en verano porque, las marcas dejadas por los hierros y las señas de las orejas, se secaban rápido y bien lo contrario a lo que ocurría en invierno que las quemaduras tendían a llagarse no quedando claro el dibujo del hierro lo mismo ocurría con las señas y ambas eran atacadas por múltiples insectos con sus consabidos problemas. Tuve la dicha de ver como atravesaban el caño lleno de caribes, babas y cuanto bicho malo había; para ello cada caporal escogía 2 o 3 reses , las más viejas, las más enfermas, aquellas que estuviesen heridas y no fuese posible curar. Con este lote, más o menos de 20 vacas partían 2 vaqueros caño arriba unos 10 Kms  alcanzada esta distancia partía una curiara atravesando el caño y chapoteando fuertemente con los remos para llamar la atención de los caribes, acto seguido se procedía con fuertes gritos y empujones de los caballos que las vacas entrasen al caño y comenzasen a cruzarlo. Comenzaban a nadar y cuando eran atacadas los vaqueros lanzaban un cohete señal acordada para lanzarse en veloz carrera para atravesar el caño, todo era un espectáculo el ganado con su cola alzada dentro de un polvero, los jinetes iban y venían profiriendo gritos y agitando sobre sus cabezas sus sombreros de cogollo y abatiéndolos de vez en cuando sobre el anca de sus monturas y el bramar del ganado se confundía con el relinchar de los caballos que los llaneros los hacían trabajar tanto que más bien parecían monstruos mitológicos con las caras desencajadas y las fauces abiertas y botando una baba sanguinolenta debido a los fuertes tirones que le daban los al freno para realizar violentos giros; así en tropel llegaron a las márgenes del caño y sin detenerse continuaron su carrera hasta que los animales perdieron fondo y comenzaron a nadar. Cuando esto ocurría los llaneros abandonaban sus cabalgaduras y se aferraban con una mano a la cola del caballo mientras que con la otra seguían agitando sus sombreros y profiriendo gritos. Era la parte más angosta del caño y pronto estaban llegando a la orilla opuesta, mientras seguían lazándose al caño otras reses. Resultaba impresionante ver aquel camino de cachos sobre el caño; a medida que los caballos de los llaneros se acercaban a la otra orilla y tocaban fondo los llaneros se colocaban el sombrero y agarrados con las dos manos al rabo daban un fuerte impulso para caer en la silla y tomar las riendas. Mientras esto ocurría los caribes nadaban hacia donde cruzaba la manada, atraídos por el chapoteo, lo que les dio tiempo a las vacas viejas de alcanzar la orilla y sacrificándose sólo 2 reses. Los hombres de a caballo, avisados por los de la curiara, reunían todo el ganado en la sabana que estaba totalmente verde. Las señoras había apilado todo en la orilla: utensilios que utilizaban para cocinar, lonas, pimpinas, hamacas, etc en fin todo lo que necesitase para vivir, ya que debían vivir del otro lado mínimo 5 meses mientras pasaba el invierno. Y todo, personas y enseres eran transportados en medio de una gran algarabía, en varios viajes, a la orilla opuesta por la pequeña curiara impulsada por los poderosos músculos de 3 fuertes muchachos. El llanero convertía estos momentos de trabajo en momentos de alegría y propicios para demostrar sus destrezas, las cuales junto con las peripecias serían recordadas por mucho tiempo).
Alegres continuamos el camino a sabiendas de que estábamos al fin del viaje. A pocos kilómetros de la vaquería, moría el rastro que dejaba el ganado en una manguera en la que acostumbraba comer sus frutos (mangos) y sestear. A la sombra de estas, frondosas matas de mango fueron estacionando los vehículos e inmediatamente todos se avocaron a guindar los chinchorros y hamacas donde dormiríamos, por cierto que nadie usaba mosquiteros, sería que no se había popularizado el mal de Chagas y la malaria, no lo sé.
Mientras esto ocurría Lucinita, una sobrina de mis tíos Tadeo Ana Teresa, Minucha, mi hermana y yo jugábamos con las últimas horas del día en la selva de galería entre la manguera y el caño donde instalarían el resto del campamento. No faltaban las llamadas de atención para que no nos fuéramos a meter en caño infestado de babas, caribes, rayas, tembladores y culebras y a sabiendas que no inventábamos nada bueno. El sitio era espectacular y armaron lo más necesario, ya seguirían al día siguiente; pronto fueron las 7 de la noche y nos invadieron las sombras de la noche y con ellas el cansancio del día. Ya en los chinchorros y esperando que nos venciera el sueño veíamos entre los resquicios que dejaban las ramas y hojas unas estrellas fulgurantes mientras éramos arrullados por un sinfín de ruidos que provenían de la sabana.
A la mañana siguiente cuando nos levantamos que mi Tío Tadeo con ayuda de mi Tío Pedrito habían instalado un rústico baño el cual nos prestaría grandes servicios. Para construir el baño en cuestión habían enterrado en el suelo de tierra 4 estacas de madera, una de ellas provista de una bifurcación en forma de ´´Y´´; las estacas formaban un cuadrado y las habían rodeado con una lona quedando así formado un cuarto de lona privado a las miradas. Completaban el baño: una bomba manual, de achique, que habían fijado firmemente de la estaca que terminaba en ´´Y´´ de allí partían 2 mangueras, una que con una maraca había sido amarrada de un trozo de madera que sobresalía del caño y la otra llegaba hasta la ´´Y´´ y había sido convenientemente amarrada para que al accionar la bomba el agua cayese en una bolsa de lana, hecha por mi tío y provista de una regadera; y en el piso habían construido un enrejado de madera, a fin de no ensuciarse los pies al bañarse; y por último habían construido una acequia bien larga que llevase las aguas al caño y lejos del campamento.
Mientras admiramos el baño todos nos pusimos a dejar a punto todo el campamento, así unos se dedicaron al área de la cocina, otros al sitio donde comeríamos, para lo cual se colgó de las matas un gran encerado debajo del cual se colocó una mesa; otros barrían de hojas el campamento y se instalaba un sitio de reunión y trabajo a orillas del caño. Mientras esto ocurría me imagino la angustia y desesperación de los mayores por tratar de mantener a raya a los más pequeños; todavía resuenan en mis oídos frases tales como: ´´Roly, no jurungues el motor de la lancha´´; bájense de las matas´´; cuidado con los caribes´´; ´´no se vayan para la sabana, van a agarrar garrapatas´´, etc. Sólo lograron tranquilizarnos a las 9 cuando nos llamaron a comer.
El día lo pasamos pescando desde el bote y la orilla hasta que a la una llegó la hora de almorzar y la cual se extendió hasta las 3 y 1/2, hora dispuesta para aprovechar el sol de los venados y tratar de cazar alguno.
Partimos pues encaramados en los jeeps y en busca de una vereda por la cual los venados debían regresar de sus comederos en la sabana y por todos era sabido que buscaban las zonas altas porque allí venteaba más fuerte y la brisa se llevaba consigo los tábanos, mosquitos jejenes. Luego de ocultar los vehículos en unos arbustos, en una cañada, cada quien fue a ocupar un puesto en las cercanías del sendero y cuidando de no quedar enfrentados para no dispararse unos a otros. Así la mayoría se subió a unas matas de chaparro y otros se apostaron tras unos peñascos que había en el lugar, está demás decir que desde el momento que llegamos al sitio había una prohibición absoluta de pronunciar palabra alguna. Como debía correr el año 1954 (carnavales) y yo contaba con apenas 5 años me dejaban al cuidado de mi Tío Pedrito, con quien pasaba agradables ratos. A la hora de escoger un chaparro para treparnos en él, me asió por un bazo y me condujo a una cañada en donde quedábamos casi totalmente ocultos, entonces sacó de un bolsillo del liquilique 2 grandes pañuelos rojos, se colocó uno sobre la cabeza, bien amarrado y me hizo señas para que hiciera lo propio con el otro, la tarde se había tornado fresca y los colores de la sabana se iban tiñendo de ocres imprimiendo estos en nuestros rostros, haciendo estos presentar el más envidiable bronceado. Me  distraje viendo el paisaje, en la sabana habían machas de ganado alzado echándose para dormir, al fondo del valle – entre la sabana y la montaña discurría apacible un morichal, meciendo al viento, cual cabelleras, sus hojas, para completar todo aquello el cielo se veía surcado por bandadas de aves compuestos por cientos de ellas que buscaban su nidal. Estaba absorto en mis pensamientos cuando mi Tío me asió por el brazo y me hizo señas que me mantuviera en silencio mientras con la boca señalaba el sitio hacia donde debía volver la cabeza. Así lo hice y a escasos 150 mts se encontraba delante de mí un grandioso ejemplar de venado apenas lo pude contemplar ya que en ese mismo instante el eco de 3 detonaciones casi simultaneas dieron cuenta del animal. Acto seguido todos procedimos a subir al vehículo la pieza cobrada y Tío Pedrito nos contaba el misterio de  los pañuelos rojos. ´´Los venados son seres muy curiosos y se sienten atraídos por estos pañuelos pero así como son sumamente curiosos son sumamente desconfiados y había que guardar el más absoluto silencio y estarse lo más quietos posibles´´.
Nos acercamos a un morichal que quedaba cerca de la vaquería a fin de limpiar el venado, hecho esto proseguimos nuestro camino no sin antes dejarles a los llaneros de la vaquería:
·                 El cuero para que hiciese una soga y al cual Tío Pedrito le desprendió el rabo. Tendría sus motivos para hacer esto.
·                 El cuajo, uno de los estómagos del venado y que era usado en el proceso para hacer queso y se usaba para cuajar la leche. Y
·                 Las dos paletas, un costillar y la parte del pescuezo.
Una vez en el campamento los más avezados se encargaron de prepararnos los más deliciosos platillos mientras se bromeaba o se jugaba dominó. Realmente la comida estaba espectacular y los más jóvenes nos debimos haber retirado dormir, mientras los mayores terminaban de recoger.
Admirando un cielo estrellado y arrullados por los múltiples ruidos de la noche y por los chapoteos que producía algún animal en el caño. La noche estaba clara y fresca y pronto estuvimos dormidos. No había terminado de amanecer cuando una grisapa inmensa nos despertó sobresaltados, se oían chillidos provenientes de las ramas más altas y una lluvia de hojas y de ramas caía cubriendo todo el campamento. Cuando salimos de nuestro asombro pudimos percatarnos que se trataba de decenas de monos, quizás cientos de ellos y que desde lo alto querían hacernos saber que este era su paso; aquello era intimidante y los mayores se armaron de las escopetas para hacerle frente a aquella manada de monos, pero Tío Pedrito les aconsejo no hacerlo ya que no teníamos donde refugiarnos de un posible ataque y además corríamos el riesgo de ser mordidos y los monos son portadores de la rabia y la fiebre amarilla. Así, aterrados, debimos permanecer en nuestras hamacas un cuarto de hora hasta que los simios prosiguieron su camino y abandonaron el área del campamento. Sólo cuando se hubieron marchado nos prepararon un Toddy caliente y mientras estuvo listo nos dimos a la tarea de hacer una gran fogata por si venían de nuevo los monos, siguiendo las indicaciones de Tío Pedrito colocamos bastante paja seca que cogimos de la sabana, con pedazos de papel y unos cabos de vela; en torno a esto se fueron apilando ras secas entremezcladas de ramas verdes; se llenó una botellita con algún combustible y junto con un saco de hojas verdes se le entregaron a Tío Pedrito quien la prendería, Fácilmente, desde la hamaca. Debido a las ramas verdes y a las hojas que le iría echando mi Tío se produciría una inmensa humareda que ascendería hasta las ramas más altas haciendo así huir a los micos.
Sentados en las ramas de las matas nos tomamos aquel chocolate, humeante, mientras conversábamos y una tenue neblina ascendía de la superficie del caño dejando ver claramente, sobre el agua, las ondas que había creado un pez al saltar hacia la superficie y un Martín pescador, parado sobre una rama, observaba todo y esperaba el momento para lanzarse sobre su presa. Casi todos los adultos fueron regresando a su puesto de dormir se fueron quedando aletargados en las hamacas. Tío Pedrito, seguramente, para que yo no estuviese molestando le pidió a Tío Tadeo, quien estaba poniendo a punto la lancha para irse de pesca con Darío Perrone (un primo), que nos acercara a la vaquería y así lo hizo.
Al llegar ya los llaneros se encontraban en un potrero fuertemente cercado y cuya cerca alcanzaba una altura de 2 mts y tenía una única y sola puerta de trancas que daba acceso a una de las divisiones del corral. Este potrero era preservado todo el resto del año libre de animales, por ello lucía un pasto verde que contrastaba con el pasto reseco que exhibía la sabana. Cuando hicieron el potrero tuvieron el  cuidado  de incluir un morichal que nacía cerca del palo a pique, así llaneros y ganado disponían de agua fresca.
El potrero estaba festonado con muchas matas de samán, decenas de matas de mango y algunas de rabo de ratón que habían nacido en la cerca; todas ellas servían para dar alimento al ganado, unas con sus semillas (samán), otras con sus frutos (mangos) y con sus hojas y ramas las de rabo de ratón.
El cielo estaba siendo surcado por cientos de aves solitarias y decenas de bandadas que seguramente iban en busca de alimento, las que más corto recorrido realizaban eran las bandadas de loros y pericos que, con su algarabía se posaban sobre las matas de mango, mientras desde el cielo nos llegaban los graznidos de otras aves.
Pronto estuvo todo el ganado reunido en los corrales a los cuales había llegado en medio de una polvareda. Acto seguido los llaneros se dieron a la tarea de separar las vacas con sus becerros a los cuales colocaron en un corral en donde ya se encontraban varios braseros con los hierros calientes para herrar a los becerros; a la vaca que no tuviese cría o no se la notase preñada se le ponía un hierro que la marcaba con una ´´X´´ en el lomo y que indicaba, claramente, que ese año esa vaca no había parido. La vaca que acumulase 3 ´´X´´ le daba al dueño una clara señal de que debía venderse ese animal. Luego de hacer la separación todos se avocaron a la faena de ir herrando mautes y becerros grandes, era muy fácil saber que hierro colocar y bastaba con poner el mismo hierro con que estaba marcada la madre. Luego de cada herrada se untaba la quemada con bosta fresca. Aunque yo sabía enlazar bien, me había enseñado Tío Pedrito, los llaneros no me dejaban entrar a los entrar a los corrales ya que el ganado era muy mañoso y debía contentarme con observar el trabajo sentado en la talanquera del corral. La herrada debía realizarse en verano porque de efectuarse en invierno la herrada se llagaba tendiendo a infectarse y se deformaba la señal además en invierno pululaban nubes de insectos que atacaban precisamente las quemaduras.
Unos herraban, mientras los becerreros curaban a las crías más pequeñas, para prevenir la alta mortalidad, por este concepto; ya en los años 70 existía una vacuna que le decían ´´Bobita´´ y que prevenía las enfermedades. En la época que nos ocupa no se contaban con esos adelantos tecnológicos y los becerreros debían asegurarse que, los becerros recién nacidos, bebiesen el calostro, primera leche producida por su madre y que el ombligo se secase bien.
Finalizados estas tareas se procedía a curar a las vacas de los gusanos de monte, una plaga sembrada en los cuerpos del ganado por una mosca, llamada tábano, grande, muy veloz y de una picada muy dolorosa que al hacerlo ponía un huevo que pronto se convertía en larva y de allí poco faltaba para convertirse en gusano y este en un tábano y continuar el ciclo. El pobre ganado no alcanzaba a espantarse estos bichos sino hasta donde alcanzasen el rabo y la cabeza para espantarlos. Estas picaduras eran muy dolorosas, como dije y forman un pequeño volcancito, en la piel, que supura constantemente por un agujero central que no se cierra sino por el contrario cada vez se hace más grande y es por donde respira y sale el futuro tábano. Por lo tanto la parte del lomo y la barriga quedan expuestas a las picaduras. Para los años 70 existía una vacuna que se le ponía al ganado que  curaba al animal.
En esos días se enlazaba cada vaca, se llevaba al botalón (tronco grueso de madera, casi siempre con una horqueta que se clavaba en el centro del corral) y se procedía a exprimir aquello hasta q el gusano caía al suelo y lo aplastaban con las alpargatas untando la herida con una pasta negra muy espesa. Yo observaba todo desde la talanquera y veía correr a las vacas levantando una polvareda. Los becerreros había separado a los becerros de las vacas y los pusieron en un corral aparte y donde fueron echando también las vacas que habían sido curadas.
Esto de los gusanos de monte resultaba de vital importancia para los dueños de hatos, ya que las pieles tenían un mayor valor comercial cuanto menor fuese el número de orificios que presentasen las pieles; además la merma en el peso del ganado era considerable.
Yo tenía mucha hambre cuando vi a la última vaca correr por el corral mientras un alegre llanero con una sonrisa entre dientes decía ´´tú no te escapas´´ y corriendo tras de ella le lanzó el más relancino de los lazos que haya visto jamás; acto seguido paró en seco su carrera, se puso un poco de medio lado y mientras ponía las piernas abiertas y flexionadas tomó la soga con la mano derecha mientras que con la izquierda se la pasó por la espalda, agarró fuertemente la soga; todo esto ocurría en fracciones de segundo mientras el lazo volaba por los aires y caía, limpiamente, enlazando ambos cachos. El templón que recibió el llanero le hizo caer el sombrero pero seguía riendo, al tensarse la soga me pareció escuchar una nota musical, la vaca al sentirse frenada en su carrera dio un espectacular brinco, momento que aprovechó el llanero para darle a la vaca soberbio halón derribándola; cuando la vaca logró incorporarse ya muchos llaneros habían llegado al sitio y tomado la soga para conducirla al botalón. Una curada vez fue conducida al corral en donde se encontraban las otras vacas, cerrando y asegurando bien la puerta de trancas; hecho esto abrieron la puerta del corral donde estaban los novillos, los cuales, azuzados por los llaneros, quienes agitaban sus brazos en cruz, con el sombrero en una mano y algunos perros que les ladraban, amenazadoramente, entraron en tropel, levantando una gran polvareda que nos envolvía a todos en el corral de trabajo donde habían estado las vacas cuando el último hubo entrado se aseguró la puerta bien con mecates y procedieron a sacar por otra puerta que tenía el corral donde estaban y que lo comunicaba con el corral por donde llegaron. Cuando estuvieron juntos vacas y becerros se procedió a ´´darles puerta´´, eso significaba que les abrían el tranquero y quedaban en libertad de volver al potrero. Empezaba a aplacarse el polvo levantado, los que han trabajado en un corral con ganado saben que ese polvo es la mezcla de tierra con bosta seca de ganado. Ese polvo debía llegarnos hasta los pulmones y uno estaba constantemente soplándose la nariz y sacudiéndose el polvo con los sombreros. Decían que aquello era medicinal, yo no lo sé, pero lo que sí es cierto es que a medida que empecé a trabajar  más frecuentemente con el ganado las gripes que constantemente me daban se fueron alejando.
Al finalizar el trabajo todos nos dirigimos al morichal, entre las múltiples matas de moriche que batían sus hojas batidas por el viento y creando un ambiente de frescor, a pesar de lo cálido de la mañana. Por la serpenteante vereda llegamos riendo y bromeando al morichal y mientras nos lavábamos vino una de las señoras a participarnos que estaba la comida. Con el hambre que había nos apresuramos a llegar al palo apique donde habían colocado una olla tiznada, ya que cocinaban a leña. Al lado de la mesa había una vieja rejilla de nevera y remendada con alambres, donde se asaban unos trozos de carne; cuando nos tocaba el turno nos servían en una totuma 2 o 3 cucharadas de arroz y un trozo de la humeante carne y como único cubierto una rustica paleta, de madera, fabricada por ellos mismos. Una vez servidos nos fuimos acomodando como pudimos en el suelo apisonado y de tierra del palo apique, los primeros se adueñaron de unos, desvencijados, taburetes mientras los restantes debimos contentarnos con sentarnos en el piso o en uno que otro tronco de madera lo que no nos abandonaba era un espíritu de cordialidad que nos unía entre bromas y risas comenzamos a comer y a mí me llamaba la atención el color blancuzco de la carne, dorada por efecto de las brasas, creí que sería pescado pero no lo era; ¿sería una broma? y cuando empezara a comer todos se reirían, pero mire en mi derredor y todos comían así que decidí hacer lo propio y la verdad fuese lo que fuese, aquello, estaba muy rico. Al terminar de comer nos sirvieron en un pocillo de peltre un guayoyo endulzado con papelón. Mientras bajábamos la comida un llanero rajuñaba un cuatro y otro entonaba unas coplas llaneras.
Serían las 11 y 45 cuando todos se levantaron para ir a los corrales con el fin de curar a los novillos. Mi Tío se excusó por no poder acompañarlos, pero debíamos recorrer el camino de regreso a pie. Entonces nos invitaron para una capada que tendría lugar a las 5 de la mañana del día siguiente y para ello dejarían a los novillos en los corrales.
Por esos años y por muchos años más se acostumbraba reunir a los novillos que estuviesen aptos para servir a una vaca en celo y sin ninguna asepsia se procedía a cercenar los testículos, con una navaja. Actualmente se les inyectan hormonas femeninas produciendo en los novillos un efecto contrario a su naturaleza. ¿Esta no será una de las causas por la que hay tantos maricones en el mundo?
Las razones para llevar a cabo esta práctica eran que al no estar pendientes  de servir a las vacas comían más y por ende engordaban más lo que se traducía en mayor beneficio para los dueños; otra de las razones era que al no haber esa apetencia por el sexo femenino, los novillos pacían tranquilos y se evitaban esas rivalidades y peleas que inquietaban a toda la manada.
Nos despedimos y comenzamos nuestra larga caminata por una polvorienta vereda bajo un sol abrasador, la cual quedaba al borde de una selva de galería la cual nos separaba del caño y de ella nos llegaban , claramente, el ruido que producían las iguanas al correr huyendo sobre la hojarasca. Debíamos haber caminado cerca de una hora, ya no se lograba ver la vaquería, cuando Mi Tío me dijo ´´mire sobrino, esa carne blancuzca que se comió era culebra´´; me observó para ver mi reacción y por si acaso iba a repetir pero lejos de ello le manifesté lo sabrosa que estaba. Ese fue el comienzo de mi gira gastronómica por los montes venezolanos que me llevó a comer ´´todo bicho de uña y pesuña´´ aunque les debo confesar que mi amigo Simón Naranjo en su finca La Palmita, en Guárico, tuvo que darle muerte a un león de montaña y que le estaba diezmando el ganado; los llaneros cocinaron el cuerpo, muerto del animal, pero ni a Simón ni a mí sería algo que nos quitaría el sueño. La carne era dura y correosa, la grasa sabía mal y despedía un olor desagradable. Seguimos caminado y nos sentamos a descansar a la sombra de una mata a la sombra de una mata de aceite, en cuyas ramas habían anidado decenas de pájaros que revoloteaban alrededor nuestro toda vez que se sentían amenazados.
Seguimos andando y para sorpresa nuestra se acercaba un jeep y venía directamente hacia nosotros, en principio no reconocíamos ni al jeep ni a su ocupante ya que con sus altas temperaturas, el sol, hacía reverberar la sabana. Cuando estuvo más cerca pudimos determinar que el jeep de mí Tío Tadeo y él mismo venía a buscarnos. Cuando estuvo a nuestro lado detuvo el vehículo y mientras yo me subía en la parte trasera mí Tío lo hacía en el asiento del copiloto. En un santiamén estuvimos en el campamento y sin nada de calor ya que la brisa que se producía con la velocidad del jeep, lo disipaba.
Llegando al campamento nos esperaban con un vaso de limonada y la mesa servida con algunas cosas para picar; sentados alrededor de la mesa conté mi experiencia y nadie podía creer que hubiese comido culebra, sólo los convenció la aseveración de mi Tío. Al terminar de picar todos se tiraron a descansar en las hamacas; entonces Tío Pedrito me dijo ´´acompáñeme sobrino´´, salimos a la sabana y empezamos a caminar rumbo a una mata de chaparro que distaba unos 500 mts y que por efecto del viento había crecido paralela al suelo antes de elevarse al cielo, en este tronco nos sentamos cuando llegamos a ella, entonces fijando sus ojos en una horqueta que estaba sobre nosotros me dijo que le alcanzara el rabo de venado que había colocado a secar allí. Con la pieza en sus manos y con la habilidad que sólo dan años de práctica fue removiendo toda la sal con que había atapuzado el mencionado rabo para curarlo. Haciendo gala de una destreza inusitada, fue removiendo todo vestigio de sal, hecho esto y con el punzón de la navaja hizo unos agujeritos muy delgados y uno al lado del otro cerca del borde por donde había extraído la sal; también abrió otro agujero un poco más debajo de los agujeros hechos, saco de un bolsillo un poco algodón con el que venían envueltos los huevos y lo fue atapuzando en el rabo, acto seguido tomó una de dos tiras que secaban en el mismo chaparro metiéndola con ayuda de la navaja y cuidando que quedase bien apretada para que no se saliese el algodón. Esta operación se realizaba en absoluto silencio y mis múltiples preguntas no obtenían respuestas. Cuando hubo terminado tomó la segunda tira y la introdujo por el otro agujero y la amarró formando una gasa por donde sujetarlo. Recogió todo y nos dirigimos al campamento y por el camino sacó una botellita que contenía un líquido aceitoso y se lo fue untando con los dedos, a mi pregunta qué es eso. Me dijo, una mezcla de aceites, entre ellos de ´´perros de agua´´ (nutria) que lo hacen impermeable y otros que lo hacían sedoso, suave y brillante. Íbamos a llegar al campamento, se guardó la botellita, agarró el rabo de venado por la gasa y me dijo ´´tome, aquí tiene un llavero´´.
Entre al área y a los primeros que me encontré fueron a Gustavo Castillo, primo de mi papá, quien siempre estaba alegre y a mi Tío Horacio Biord, todavía no se había casado con mi Tía Ana Dolores Castillo; ambos estaban sentados conversando en sus hamacas disfrutando del fresco que proporcionaban decenas de matas de mango. Les enseñé mi llavero y los cuatro fuimos hacia la mesa central que era, por así decirlo el epicentro de toda actividad; allí encontramos al resto del grupo conversando y tomándose un café, les enseñé el llavero y mi papá propuso que organizáramos una competencia de pesca desde la orilla, ganaría el que sacase el pavón más grande. Aquello fue muy divertido y a la final terminó ganando mi hermana Minucha. Esta competencia nos proveyó de abundante pescado para la cena.
Después de bañarnos nos sentamos a la mesa a degustar de unos excelentes pavones fritos, bien tostaditos. Terminamos de comer alumbrados por las lámparas de querosén, serían apenas las 7 y media cuando concluimos de comer, esa noche no íbamos a salir de cacería por cuanto había que levantarse temprano para ir a la capada, no obstante hacía fresco y las estrellas iluminaban la sabana por lo decidimos dar un breve paseo en los jeeps por la sabana. Ya subidos en los jeeps Tío Pedrito nos hizo dirigir la mirada al cielo y con el haz de luz que salía de su potente linterna fue explicándonos que las estrellas que conforman el Cinturón de Orión asemejan una flecha que siempre apunta al norte, a la vez que las iba señalando, nos explicó de otras estrellas y como hacían los llaneros para orientarse (esta sencilla explicación me sirvió de mucho en las correrías futuras).
Andando por la sabana pudimos observar muchos animales, aunque no quitaba la vista del cielo, me llamó la atención la profusión de conejos que había por esa zona y mi padre me explico que se debía a una yerba que hace las delicias de los conejos y por esa zona abundaba mucho.
Habíamos rodado un trecho cuando Tío Pedrito advirtió la presencia de 3 zorros que deambulaban por la sabana, se veían hermosos y debían encontrarse a unos 300 mts; el primer impulso fue espantarlos con un tiro. Total, alguien tenía que proteger a los pobres conejos. Pero mi Tío no los dejó, por el contrario mando a apagar los jeeps y todas las linternas y sentado en el borde de la carrocería, trasera del jeep se llevó, repetidamente y estirada, la palma de la mano a su boca y succionaba fuertemente mientras la retiraba produciendo una serie de sonoros besos. Permanecimos expectantes por, aproximadamente, unos 5 minutos al cabo de los cuales Tío Pedrito encendió su linterna y allí a escasos 25 pasos se encontraban los zorros; 2 de ellos huyeron apenas vieron la luz pero un tercero por fracciones de segundos levantó su cabeza y sus viva ces ojos, hasta nos pareció ver que dibujaba una sonrisa en su rostro antes de alejarse, a toda velocidad, por la sabana; en su huida pudimos apreciar lo hermoso de su pelaje y pronto estuvieron fuera del alcance de nuestra vista.
Tuve la dicha de fijar el rumbo para regresar y así en una noche fresca y estrellada volvimos al campamento, cuya posición exacta determinó Tío Pedrito. Ya a las 9 y media estábamos acostados y empezábamos a soñar con la capada del día siguiente.
Serían las 4 y media, de la mañana, cuando llamaron a los más pequeños ya todo estaba dispuesto para la partida, aguardaban de pie al lado de los jeeps mientras charlaban y se tomaban un café en un pocillo de peltre. Hacía frío y aunque todavía estaba obscuro ya comenzaba a disiparse la niebla sobre caño y sabana y algunos, tímidos, trinos nos anunciaban que pronto llegaría el día. Lavados y vestidos nos encaramamos en los jees prontos a partir. Al arrancar el aire fresco nos golpeó el rostro e íbamos oyendo el trinar de los pájaros que se levantaban con la claridad del día y con su canto despiertan al hombre trabajador en Venezuela.
Cuando llegamos a la vaquería todo ardía en ebullición; 2 mujeres pilaban maíz para hacer arepas (para el que no conoció – no existía la harina precocida – entonces se tomaba un puño de granos de maíz crudo y se colocaba en un tronco de madera ahuecado como un mortero y
Cuya su base se había dejado lo suficientemente ancha para mantener el equilibrio. Las mujeres echaban  un puñado de maíz en el pilón, así se llama y comenzaban a darles fuertes golpes con un par de varas de madera muy gruesas y pesadas que las obligaba a asirlas con las dos manos y a realizar un movimiento con el tronco hacia adelante y atrás. Comenzaban colocándose una frente a otra con el pilón en medio de ellas y descargaban sus golpes, pero no desorganizadamente por el contrario lo hacían en forma acompasada, mientras una subí el mazo la otra lo iba llevando hacia abajo. Los golpes que se producían eran graves y al golpear las mujeres lo hacían de forman rítmica sirviendo de compás para un canto que entonaban. De vez en cuando detenían su pilar para poner el maíz pilado en una gran bandeja de madera y lo venteaban -- sacudían con fuerza la bandeja, el maíz se elevaba r volvían a caer los pedacitos de maíz pero las conchas y las impurezas se las llevaba el viento y caían al suelo ,momento que aprovechaban las gallinas para venir en carrera para escarbar y picar -- ; otra mujer iba moliendo el maíz para hacer las arepas y preparaba la leña en el fogón donde se asarían las bolas de toro sobre la misma vieja parrilla; una señora, aunque el piso era de tierra, barría el piso, con una escoba hecha con ramas de monte, el cual había sido previamente con agua para evitar el polvo; los ordeñadores debían traer la leña y también el agua; y los llaneros habían pasado a los novillos al corral de trabajo y tenían todo listo para la capada habían puesto sobre la talanquera sogas y cabrestos para maniatar – estos eran unos mecates pequeños para amarrarles de una manera especial las patas, esta acción se llama maniatar –, un perol para ir echando las bolas, una pimpina de agua,  una botella de aguardiente, y varios pocillos.
Sorpresa se llevaron los llaneros al ver a todos los hombres bajarse de los vehículos con su soga de enlazar en la mano y dirigirse al corral; comenzaron a trabajar y todos los llaneros al ver la habilidad y destreza que demostraban estas personas de la ciudad con el lazo y era que todas ellas se habían creado en el campo y no les eran ajenas tales labores. El trabajo era más o menos así; se enlazaba al novillo y si este caía al suelo cualquiera, que estuviera cerca, corría y se colocaba por el lado del lomo y apoyaba una rodilla en el ijar lo que le impedía levantarse, acto seguido le tomaba las 4 patas, las llevaba hacia el centro y las colocaba en forma alternada (una delantera y sobre ella una trasera y así sucesivamente con las otras 2 patas) luego procedía a maniatarlo con un cabresto y de esta forma el animal quedaba totalmente inmóvil. Si el animal no caía al piso era halado por la soga al botalón y entonces le tiraban un mecate, con una gaza en la punta, por arriba del lomo y el otro extremo del mecate lo tiraban por debajo de la barriga; quien recibía el mecate introducía la punta por la gasa e iba halando el mecate hasta ajustarlo en la barriga, hecho esto y acto seguido tiraba el mecate por entre el las patas traseras, el cual era recogido del suelo y se comenzaba a halar del mismo. Yo no sé, hasta ahora, el efecto que esto produce en el ganado, lo que les puedo asegurar es que es un método rápido y efectivo. A medida que iba cayendo había que ir aflojando la soga amarrada al botalón, para que el animal llegase al piso. Una vez que el animal estuviese en el piso se procedía en la forma descrita  anteriormente.
Con el novillo todavía maniatado se le acercaba uno de los llaneros y a quien apodaban ´´El Cirujano´´ con una navaja muy afilada
ROSALIO JULIO CASTILLO BRANDT
24 de diciembre de 2013

….continuará, pero quería compartirlo con ustedes. Espero que les guste y tengan una feliz navidad.

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