Les dedico este escrito a mis tíos
y primos que me acompañaron en esta aventura sin olvidarnos de mi prima
Lucinita y mi hermana Minucha.
Sé que este escrito es largo y
pesado de bajar, pero sé que a unos les va a avivar el recuerdo; a otros los
amantes de las aventuras encontrarán pasajes de su agrado; los botánicos se
recrearan con la flora; y en general todos se harán una idea de cómo era la
Venezuela de los años 50 y cómo eran nuestros paseos.
Como les digo es largo y pesado de
bajar y esto lo hice con un gran esfuerzo para dártelo a ti en estas fechas;
esta fue la razón por la cual me mantuve tan alejado de las redes sociales.
Quizás puedas leer estas líneas en
estos días de fiesta, demás está decirte lo feliz que me harías si lo leyeras y
si por casualidad llegase a gustarte siéntete en plena libertad de compartirlo.
Perdonen los errores ya que mi
enfermedad me impide corregirlos.
UNAS VACACIONES LLANERAS, EN LOS
AÑOS 50 CON DON PEDRO COUPART (Tío
Pedrito)
PARTE I
EL LLANO
Oriundo de Barbacoas
y hermano menor de mi abuela Consuelo (Mamaelo) Coupart de Brandt; ambos
debieron enfrentar solos la vida ya que desde pequeños quedaron huérfanos dada
esta situación, mi abuela que era la mayor se encargó de criarlo y quizás debido
a eso se tenían un cariño entrañable.
Cuando fue
creciendo se empleó como becerrero, en su ciudad natal, pero gracias a su buena
disposición para trabajar, a la pericia que demostraba aj realizarlo, unido a
ello la dulzura de su carácter; no dudaron unos primos (los Rodríguez) en
llevárselo para el Hato Puerta de Palacio, en el estado Guárico, allí en poco
tiempo aprendía lo poco que le faltaba saber del oficio becerrero así paso a
ser ordeñador peón y caporal. Ejerciendo este último trabajo tuvo la oportunidad
de conocer a muchos dueños de fincas a todo lo largo del estado Guárico, lo que
le permitió pasar largas temporadas en esos sitios adquiriendo un amplio conocimiento
del llano venezolano, su cultura, su gente y muy especialmente de la geografía
guariqueña.
Por esos
años (principios de los 50) se hizo muy amigo de los Castillo, Hernández y
Biord a quienes acompañó en múltiples partidas de caza; me acuerdo
particularmente de un sitio que frecuentábamos mucho y que se llama “Caño Aguas
Muertas´´. Plagado de babas, caribes (pirañas), tembladores, rayas y culebras
pero un verdadero paraíso para la caza y la pesca. Por cierto que en estos
parajes tuve mi primera experiencia con un tigre y muchas anécdotas que algún
día les contaré, porque no estamos hablando de mí.
Para llegar
a este sitio partíamos, muy temprano en la mañana, en unos jeep de la 2ª.
Guerra Mundial, descapotados y con cauchos de cadena. No existía como ahora la
autopista y debíamos atravesar El Valle para internarnos en una carreterita
rural que nos conduciría hasta La Mariposa en donde se acababa el asfalto de allí
continuábamos por una carretera de tierra que nos llevaría a Charallave y
siguiendo una vieja vía que pasaba por unas fincas de ganado se llegaba a Cua,
en donde siempre saludábamos a los Medina.
Luego de
atravesar el río, no habían hecho la carretera por Marín proseguíamos hacia San
Casimiro a donde llegaríamos una vez pasado El Loro. Debo advertirles que para
la época no había negocios a orilla de carretera en donde calmar la sed. Pasado
San Casimiro comenzaban nuestros sueños de aventura y se puede decir que el
camino apenas comenzaba.
Al cabo de
un rato pasábamos por la alcabala de Pardillal, vecina al caserío de Camatagua,
lo llamo caserío, porque para la época todos los pueblos lo eran y En Camatagua
ni soñaban en hacer la represa ni las antenas parabólicas, dejando atrás
Pardillal y después de un pasar un buen trecho de camino uno atravesaba la Finca
Guanayén, propiedad de mi buen amigo y amigo de mi padre, Juan Antonio, quien viviera
en San Casimiro. Luego se pasaba por Barbacoas, por cierto que hablando de este
pueblo mi abuela siempre hacía mención al parentesco que teníamos con Simón
Díaz, el cantante, cosa que me confirmo años más tarde el propio Simón Díaz.
Pasando
Barbacoas nos enrumbábamos hacia El Sombrero, ultimo sitio en donde
conseguiríamos un surtidor de gasolina, por supuesto no se había construido La
Represa de Calabozo y uno tomaba la única vía que existía para arriba a Calabozo,
pero al llegar al crucero El Cristo torcíamos a la izquierda {este franco. Debo
hacer un paréntesis para comentarles que en este sitio tenía una finca el papá
de mi primo Raúl Fernández Barbosa. Igualmente les quiero decir que debían ser como
las 5 de la tarde, estábamos totalmente empolvados y no existía ningún adelanto
de la tecnología, ni IPod, ni video games y la radio ni se oía lo que nos obligaba
a participar de las conversaciones de los adultos y no era poco lo que aprendimos:
principios y valores, cultura, historia y geografía, a no diferenciar entre las
personas, a socorrer al necesitado, etc. En fin aprendimos a ser hombres de
bien.
A eso de
las 7 de la noche nos recibían con los brazos abiertos los Rodríguez en el Hato
Puerta de Palacios, dividido por el rasgo carretero que conducía a Chaguaramas
o a Las Mercedes del Llano. Nos prepararon unas arepas que acompañamos con
cuajada, al terminar de cenar luego de fijar la hora de partir todos colgamos
nuestras hamacas y nos acostamos comentando los incidentes del viaje y
arrullados por los ruidos de la noche nos fuimos durmiendo uno a uno.
A eso de
las 4 y 15 nos levantaron con un guayoyo (café claro que preparaban con
papelón), una vez guardado todo en los vehículos y que los adultos hubiesen
apurado su lavagallos (en el llano se acostumbra tomarse un trago de
aguardiente y un café antes de empezar el día y también llaman lavagallos al
buche de aguardiente que le echa el gallero a sus gallos de pelea para refrescarlos
en las travesías – para ello el gallero se pone en la boca un buchito de
aguardiente y procede a aspersar al gallo bajo las alas para refrescarlo).
Partimos
pues rumbo hacia la vía de Los aceites entre mechurrios atractivos a la vista y
muy necesarios para la época (estos eran unos tubos muy altos que permitían la
salida del gas de los pozos petroleros y era quemado para evitar males
mayores). Así deslumbrados e iluminados por ellos seguíamos el rastro que mi
Tío Pedrito encontraba siguiendo las estrellas, a partir de este momento
quedábamos en manos de él quien su pericia de baqueano y conocedor del llano
nos debería conducir a partir de este momento.
Los Aceites
era una vía muy angosta que serpenteaba a través de un bosque de galería
cubierta de un polvillo fino que nos obligaba a mantener cierta distancia del
vehículo que nos precedía para no ir tragando polvo. Por lo demás esta selva de galería estaba llena de vida
tanto animal como vegetal, allí vi por primera vez araguatos, morrocoyes,
culebras de varias especies, rabopelados, camaleones, pájaros y garzas a cual
más bella; nos rodeaban muchas especies de orquídeas que asidas a los troncos
de los árboles nos impregnaban con sus fragancias y con sus flores adornaban el
bosque, por lo temprano de la hora comenzaban a abrir las flores de chupachupa
las cuales recolectábamos para ir chupando, había matas de cañafistolas
frondosas aún en los meses de verano que produce unas semillas encapsuladas en
una vaina dura y unidas por una sustancia pegajosa aunque debo decir que estas
semillas despedían un olor desagradable para los humanos eran una delicia para
el ganado, vi coco de mono un árbol que da una fruta que le encanta a los monos
pero de comerla el hombre pierde el pelo (¿será verdad?), habían matas de
caruto el fruto del venado, las mayas que producen unos frutos que vuelven
locos a los báquiros, colgando de las matas había un tipo de bejuco que cortabas
y lo suspendías sobre tu boca abierta y el dejaba caer un chorro de agua que
calmaba tu sed, etc.
Una vez que
salíamos de la zona de Los Aceites nos golpeaba el rostro una brisa fresca y
ligera que nos permitía olvidarnos del ambiente húmedo reinante en la selva de
galería que acabábamos de pasar. Esta brisa dejaba atrás las nubes de zancudos
jejenes que nos azotaban.
Ya en campo
abierto las primeras luces del alba con fuertes tonos de amarillo-rosa
iluminaban las ondulantes colinas por las que transitábamos y las cuales
presentaban como único adorno unas matas de chaparro y al pie de ellas una
macolla de monte (por cierto que íbamos muy pendientes de ver si encontrábamos
una colmena que poderla castrar y recoger la miel y los panales).
Estas
colinas se hacían cada vez menos altas y nos conducían, a través de un camino
carretero. al paso del Río de Aguas Blancas y lo llamaban así por la
imposibilidad de acceder a las sabanas ubicadas en su margen izquierda debido a
que debían superarse unas empinadas barrancas, este es un paraje hermoso, lo
rodeaban frondosos árboles, existía un rancho de bahareque y tejas y adosado había
un pequeño corral,
. Entre el
rancho y el corral había un tronco de algarrobo ahuecado y lleno de agua,
separado del piso por otras ramas de madera; el tronco estaba cubierto por una
lámina toda oxidada de zinc y al quitarla se encontraba uno, flotando sobre el
agua una totuma para beber,
Este era un
paso muy dificultoso ya que para la época no existían cauchos especiales para
la arena y mucho menos winches. Este era el último contacto con la civilización
y mientras los hombres apertrechaban los vehículos con gasolina que el dueño
vendía en latas mantequeras y que los interesados debían sacar de un tambor de
200 Lts. Chupando con una manguerita hasta crear el efecto sifón, una vez llena
la lata se repetía la operación para verter el contenido de la lata a los
tanques de combustible de los vehículos; como comencé diciendo, aprovechábamos
para comernos unos cambures manzanos con queso fresco que nos habían regalado
Los Rodríguez y refrescarnos en el río.
Nos
separaba del río unos 150 Mts de arena blanca, muy fina y luego había que
atravesar el río que aunque de aguas muy claras su fondo arenoso dificultaba
atravesarlo (es de hacer notar que en Los Llanos es muy difícil encontrarse un
río de aguas claras a menos que se trate de un morichal); como si esto no
bastase, al cruzar el río debía remontarse una barranca bastante empinada de
unos 3 o 4 Mts. Una vez listos, no había que llevar gasolina para plantas
eléctricas, no existían y nos alumbrábamos con lámparas de querosén y velas de
cebo (que hacían en el llano con cebo de ganado). Partimos a pie al lado de los
vehículos por si hubiese algún inconveniente y necesitase ser empujado, pero en
esta oportunidad no se presentó ningún inconveniente.
Una vez
atravesado el río y ubicados en su margen derecha nos encaminamos rumbo sur;
para mí a partir de este momento era como si me encontrara en otro mundo habíamos
dejado atrás una Venezuela convulsionada por la dictadura (Pérez Jiménez) y
aunque los mayores no hablaban de ello, ahora pienso que era un momento para
rebajar las tenciones que me consta eran muchas.
Yo
comenzaba a soñar con todas aquellas aventuras que nuestros padres nos leían:
´´Dos años de vacaciones´´, ´´La familia Robinson´´, ´´La isla misteriosa´´,
´´todos aquellos libros de Emilio Salgari y su personaje Sandokan´´, etc. Y los
suplementos que leíamos ´´Roy Rogers´´, Gene Austrid´´, ´´Búfalo Bill´´ y quién
sabe cuántas más.
Así partimos
alegremente guiados por Tío Pedrito sobre colinas que cada vez se hacían cada
vez menos altas para fusionarse con una llanura inmensa abrazada por el sol del
verano, pero plena de una rica fauna salvaje logramos ver cachicamos, culebras,
morrocoyes, puercoespín, garzas, corocoras, garzones, gabanes, paraulatas, martes
pescador, palomas, patos reales y guirirí, etc.
Viajábamos
siempre en carnavales porque en Semana Santa siempre viajábamos a Güiripa porque
sacábamos la procesión del Cristo de San Casimiro y nos encontrábamos en
Guaritico convertida la zona en el Parque Nacional Aguaro-Guaritico (para la
fecha no recuerdo que existiesen Parques Nacionales; el único que recuerdo
además del Pinar era del Parque Codazzi con sus matas de samán y venados.
Así
siguiendo la ruta que se había trazado en su mente Pedrito, como lo llamaba mi
Tía Ana Teresa a mi tío. Pronto dejamos las colinas para recorrer las sabanas provistas
de una paja muy rala de allí que se calculase 10 hectáreas por animal y con
algunos mogotes de monte en donde podían observarse matas de caruto, las cuales
daban un fruto que consistían en una delicia para los venados, igualmente abundaban
las palmas sabaneras arremolinadas por el viento y morichales con su agua
fresca y cristalina.
Ya en la
llanura nuestro andar transcurría por una sabana inmensa en donde pastaban
indiscriminadamente grupos de ganado cimarronero con aquellos que tenían su
legítimo dueño mezclándose entre sí para pastar tranquilamente; si uno se
fijaba con detenimiento podía observar entre los grupos uno que otro venado
que, apaciblemente, pastaban con ellos. En nuestro andar atravesamos muchos
caños de aguas oscuras en los cuales sabíamos
que habitaban rayas, tembladores, caribes (pirañas), babas, entre otros;
muchos morichales que representaban una
delicia porque nos permitían refrescarnos y calmar la sed; algunos bajíos presentaban mogotes de pasto chirigüero, no
apetecible por el ganado. Era todo un espectáculo ver las solitarias y
frondosas matas de aceite en la cual hacían sus nidos decenas de pájaros y
brindan su sombra al caminante.
Entre
bromas risas y un almuerzo muy campestre bajo un aceite transcurrió el viaje,
sin ningún accidente que lamentar y a eso de las 4 de tarde arribábamos al
sitio donde íbamos a armar el campamento a orillas del Caño Aguas Muertas.
Para llegar
al sitio que habíamos escogido para levantar el campamento debía pasarse por
una vaquería distante a unos 8 Km del campamento y a la sombra de 3 matas de
samán. Saludamos haciendo una reverencia a unas personas que se encontraban en
un palo a pique a un lado de un corral de ganado (Vaquería: En esa época se
acostumbraba que todos los dueños de hatos, de la zona, dispusiesen de 1 o 2
peones acompañados por el caporal para que fuesen recogiendo todo el ganado que se encontrare en
sus tierras y los depositasen en el corral descrito. No había cercas y todo el
trabajo se realizaba con la máxima cordialidad; se ejecuta a fines de verano –
empezaba a llover después de Semana Santa – pues estas tierras donde nos
encontrábamos se inundaban y se debía atravesar el caño en pos de pastos verdes
y tierras más altas. Una de las faenas más importante que se realizaba era la
herrada, esta se realizaba en verano porque, las marcas dejadas por los hierros
y las señas de las orejas, se secaban rápido y bien lo contrario a lo que
ocurría en invierno que las quemaduras tendían a llagarse no quedando claro el
dibujo del hierro lo mismo ocurría con las señas y ambas eran atacadas por
múltiples insectos con sus consabidos problemas. Tuve la dicha de ver como
atravesaban el caño lleno de caribes, babas y cuanto bicho malo había; para
ello cada caporal escogía 2 o 3 reses , las más viejas, las más enfermas, aquellas
que estuviesen heridas y no fuese posible curar. Con este lote, más o menos de
20 vacas partían 2 vaqueros caño arriba unos 10 Kms alcanzada esta distancia partía una curiara
atravesando el caño y chapoteando fuertemente con los remos para llamar la
atención de los caribes, acto seguido se procedía con fuertes gritos y
empujones de los caballos que las vacas entrasen al caño y comenzasen a
cruzarlo. Comenzaban a nadar y cuando eran atacadas los vaqueros lanzaban un
cohete señal acordada para lanzarse en veloz carrera para atravesar el caño,
todo era un espectáculo el ganado con su cola alzada dentro de un polvero, los
jinetes iban y venían profiriendo gritos y agitando sobre sus cabezas sus
sombreros de cogollo y abatiéndolos de vez en cuando sobre el anca de sus
monturas y el bramar del ganado se confundía con el relinchar de los caballos
que los llaneros los hacían trabajar tanto que más bien parecían monstruos
mitológicos con las caras desencajadas y las fauces abiertas y botando una baba
sanguinolenta debido a los fuertes tirones que le daban los al freno para
realizar violentos giros; así en tropel llegaron a las márgenes del caño y sin
detenerse continuaron su carrera hasta que los animales perdieron fondo y
comenzaron a nadar. Cuando esto ocurría los llaneros abandonaban sus cabalgaduras
y se aferraban con una mano a la cola del caballo mientras que con la otra
seguían agitando sus sombreros y profiriendo gritos. Era la parte más angosta del
caño y pronto estaban llegando a la orilla opuesta, mientras seguían lazándose
al caño otras reses. Resultaba impresionante ver aquel camino de cachos sobre
el caño; a medida que los caballos de los llaneros se acercaban a la otra
orilla y tocaban fondo los llaneros se colocaban el sombrero y agarrados con
las dos manos al rabo daban un fuerte impulso para caer en la silla y tomar las
riendas. Mientras esto ocurría los caribes nadaban hacia donde cruzaba la
manada, atraídos por el chapoteo, lo que les dio tiempo a las vacas viejas de
alcanzar la orilla y sacrificándose sólo 2 reses. Los hombres de a caballo,
avisados por los de la curiara, reunían todo el ganado en la sabana que estaba
totalmente verde. Las señoras había apilado todo en la orilla: utensilios que utilizaban
para cocinar, lonas, pimpinas, hamacas, etc en fin todo lo que necesitase para
vivir, ya que debían vivir del otro lado mínimo 5 meses mientras pasaba el
invierno. Y todo, personas y enseres eran transportados en medio de una gran
algarabía, en varios viajes, a la orilla opuesta por la pequeña curiara impulsada
por los poderosos músculos de 3 fuertes muchachos. El llanero convertía estos
momentos de trabajo en momentos de alegría y propicios para demostrar sus destrezas,
las cuales junto con las peripecias serían recordadas por mucho tiempo).
Alegres
continuamos el camino a sabiendas de que estábamos al fin del viaje. A pocos
kilómetros de la vaquería, moría el rastro que dejaba el ganado en una manguera
en la que acostumbraba comer sus frutos (mangos) y sestear. A la sombra de
estas, frondosas matas de mango fueron estacionando los vehículos e
inmediatamente todos se avocaron a guindar los chinchorros y hamacas donde
dormiríamos, por cierto que nadie usaba mosquiteros, sería que no se había
popularizado el mal de Chagas y la malaria, no lo sé.
Mientras
esto ocurría Lucinita, una sobrina de mis tíos Tadeo Ana Teresa, Minucha, mi
hermana y yo jugábamos con las últimas horas del día en la selva de galería
entre la manguera y el caño donde instalarían el resto del campamento. No faltaban
las llamadas de atención para que no nos fuéramos a meter en caño infestado de
babas, caribes, rayas, tembladores y culebras y a sabiendas que no inventábamos
nada bueno. El sitio era espectacular y armaron lo más necesario, ya seguirían
al día siguiente; pronto fueron las 7 de la noche y nos invadieron las sombras
de la noche y con ellas el cansancio del día. Ya en los chinchorros y esperando
que nos venciera el sueño veíamos entre los resquicios que dejaban las ramas y
hojas unas estrellas fulgurantes mientras éramos arrullados por un sinfín de
ruidos que provenían de la sabana.
A la mañana
siguiente cuando nos levantamos que mi Tío Tadeo con ayuda de mi Tío Pedrito
habían instalado un rústico baño el cual nos prestaría grandes servicios. Para construir
el baño en cuestión habían enterrado en el suelo de tierra 4 estacas de madera,
una de ellas provista de una bifurcación en forma de ´´Y´´; las estacas
formaban un cuadrado y las habían rodeado con una lona quedando así formado un
cuarto de lona privado a las miradas. Completaban el baño: una bomba manual, de
achique, que habían fijado firmemente de la estaca que terminaba en ´´Y´´ de allí
partían 2 mangueras, una que con una maraca había sido amarrada de un trozo de
madera que sobresalía del caño y la otra llegaba hasta la ´´Y´´ y había sido
convenientemente amarrada para que al accionar la bomba el agua cayese en una
bolsa de lana, hecha por mi tío y provista de una regadera; y en el piso habían
construido un enrejado de madera, a fin de no ensuciarse los pies al bañarse; y
por último habían construido una acequia bien larga que llevase las aguas al
caño y lejos del campamento.
Mientras
admiramos el baño todos nos pusimos a dejar a punto todo el campamento, así
unos se dedicaron al área de la cocina, otros al sitio donde comeríamos, para
lo cual se colgó de las matas un gran encerado debajo del cual se colocó una
mesa; otros barrían de hojas el campamento y se instalaba un sitio de reunión y
trabajo a orillas del caño. Mientras esto ocurría me imagino la angustia y
desesperación de los mayores por tratar de mantener a raya a los más pequeños;
todavía resuenan en mis oídos frases tales como: ´´Roly, no jurungues el motor
de la lancha´´; bájense de las matas´´; cuidado con los caribes´´; ´´no se
vayan para la sabana, van a agarrar garrapatas´´, etc. Sólo lograron
tranquilizarnos a las 9 cuando nos llamaron a comer.
El día lo
pasamos pescando desde el bote y la orilla hasta que a la una llegó la hora de
almorzar y la cual se extendió hasta las 3 y 1/2, hora dispuesta para
aprovechar el sol de los venados y tratar de cazar alguno.
Partimos
pues encaramados en los jeeps y en busca de una vereda por la cual los venados
debían regresar de sus comederos en la sabana y por todos era sabido que
buscaban las zonas altas porque allí venteaba más fuerte y la brisa se llevaba
consigo los tábanos, mosquitos jejenes. Luego de ocultar los vehículos en unos
arbustos, en una cañada, cada quien fue a ocupar un puesto en las cercanías del
sendero y cuidando de no quedar enfrentados para no dispararse unos a otros.
Así la mayoría se subió a unas matas de chaparro y otros se apostaron tras unos
peñascos que había en el lugar, está demás decir que desde el momento que
llegamos al sitio había una prohibición absoluta de pronunciar palabra alguna.
Como debía correr el año 1954 (carnavales) y yo contaba con apenas 5 años me
dejaban al cuidado de mi Tío Pedrito, con quien pasaba agradables ratos. A la
hora de escoger un chaparro para treparnos en él, me asió por un bazo y me
condujo a una cañada en donde quedábamos casi totalmente ocultos, entonces sacó
de un bolsillo del liquilique 2 grandes pañuelos rojos, se colocó uno sobre la
cabeza, bien amarrado y me hizo señas para que hiciera lo propio con el otro,
la tarde se había tornado fresca y los colores de la sabana se iban tiñendo de
ocres imprimiendo estos en nuestros rostros, haciendo estos presentar el más
envidiable bronceado. Me distraje viendo
el paisaje, en la sabana habían machas de ganado alzado echándose para dormir,
al fondo del valle – entre la sabana y la montaña discurría apacible un
morichal, meciendo al viento, cual cabelleras, sus hojas, para completar todo
aquello el cielo se veía surcado por bandadas de aves compuestos por cientos de
ellas que buscaban su nidal. Estaba absorto en mis pensamientos cuando mi Tío
me asió por el brazo y me hizo señas que me mantuviera en silencio mientras con
la boca señalaba el sitio hacia donde debía volver la cabeza. Así lo hice y a
escasos 150 mts se encontraba delante de mí un grandioso ejemplar de venado
apenas lo pude contemplar ya que en ese mismo instante el eco de 3 detonaciones
casi simultaneas dieron cuenta del animal. Acto seguido todos procedimos a
subir al vehículo la pieza cobrada y Tío Pedrito nos contaba el misterio
de los pañuelos rojos. ´´Los venados son
seres muy curiosos y se sienten atraídos por estos pañuelos pero así como son
sumamente curiosos son sumamente desconfiados y había que guardar el más
absoluto silencio y estarse lo más quietos posibles´´.
Nos
acercamos a un morichal que quedaba cerca de la vaquería a fin de limpiar el venado,
hecho esto proseguimos nuestro camino no sin antes dejarles a los llaneros de
la vaquería:
·
El cuero para que hiciese una soga y al cual Tío
Pedrito le desprendió el rabo. Tendría sus motivos para hacer esto.
·
El cuajo, uno de los estómagos del venado y que era
usado en el proceso para hacer queso y se usaba para cuajar la leche. Y
·
Las dos paletas, un costillar y la parte del pescuezo.
Una
vez en el campamento los más avezados se encargaron de prepararnos los más
deliciosos platillos mientras se bromeaba o se jugaba dominó. Realmente la
comida estaba espectacular y los más jóvenes nos debimos haber retirado dormir,
mientras los mayores terminaban de recoger.
Admirando
un cielo estrellado y arrullados por los múltiples ruidos de la noche y por los
chapoteos que producía algún animal en el caño. La noche estaba clara y fresca
y pronto estuvimos dormidos. No había terminado de amanecer cuando una grisapa
inmensa nos despertó sobresaltados, se oían chillidos provenientes de las ramas
más altas y una lluvia de hojas y de ramas caía cubriendo todo el campamento.
Cuando salimos de nuestro asombro pudimos percatarnos que se trataba de decenas
de monos, quizás cientos de ellos y que desde lo alto querían hacernos saber
que este era su paso; aquello era intimidante y los mayores se armaron de las
escopetas para hacerle frente a aquella manada de monos, pero Tío Pedrito les
aconsejo no hacerlo ya que no teníamos donde refugiarnos de un posible ataque y
además corríamos el riesgo de ser mordidos y los monos son portadores de la
rabia y la fiebre amarilla. Así, aterrados, debimos permanecer en nuestras hamacas
un cuarto de hora hasta que los simios prosiguieron su camino y abandonaron el
área del campamento. Sólo cuando se hubieron marchado nos prepararon un Toddy
caliente y mientras estuvo listo nos dimos a la tarea de hacer una gran fogata
por si venían de nuevo los monos, siguiendo las indicaciones de Tío Pedrito
colocamos bastante paja seca que cogimos de la sabana, con pedazos de papel y
unos cabos de vela; en torno a esto se fueron apilando ras secas entremezcladas
de ramas verdes; se llenó una botellita con algún combustible y junto con un
saco de hojas verdes se le entregaron a Tío Pedrito quien la prendería,
Fácilmente, desde la hamaca. Debido a las ramas verdes y a las hojas que le
iría echando mi Tío se produciría una inmensa humareda que ascendería hasta las
ramas más altas haciendo así huir a los micos.
Sentados
en las ramas de las matas nos tomamos aquel chocolate, humeante, mientras
conversábamos y una tenue neblina ascendía de la superficie del caño dejando
ver claramente, sobre el agua, las ondas que había creado un pez al saltar
hacia la superficie y un Martín pescador, parado sobre una rama, observaba todo
y esperaba el momento para lanzarse sobre su presa. Casi todos los adultos
fueron regresando a su puesto de dormir se fueron quedando aletargados en las
hamacas. Tío Pedrito, seguramente, para que yo no estuviese molestando le pidió
a Tío Tadeo, quien estaba poniendo a punto la lancha para irse de pesca con
Darío Perrone (un primo), que nos acercara a la vaquería y así lo hizo.
Al
llegar ya los llaneros se encontraban en un potrero fuertemente cercado y cuya
cerca alcanzaba una altura de 2 mts y tenía una única y sola puerta de trancas
que daba acceso a una de las divisiones del corral. Este potrero era preservado
todo el resto del año libre de animales, por ello lucía un pasto verde que contrastaba
con el pasto reseco que exhibía la sabana. Cuando hicieron el potrero tuvieron el
cuidado de incluir un morichal que nacía cerca del
palo a pique, así llaneros y ganado disponían de agua fresca.
El
potrero estaba festonado con muchas matas de samán, decenas de matas de mango y
algunas de rabo de ratón que habían nacido en la cerca; todas ellas servían
para dar alimento al ganado, unas con sus semillas (samán), otras con sus
frutos (mangos) y con sus hojas y ramas las de rabo de ratón.
El
cielo estaba siendo surcado por cientos de aves solitarias y decenas de
bandadas que seguramente iban en busca de alimento, las que más corto recorrido
realizaban eran las bandadas de loros y pericos que, con su algarabía se posaban
sobre las matas de mango, mientras desde el cielo nos llegaban los graznidos de
otras aves.
Pronto
estuvo todo el ganado reunido en los corrales a los cuales había llegado en
medio de una polvareda. Acto seguido los llaneros se dieron a la tarea de
separar las vacas con sus becerros a los cuales colocaron en un corral en donde
ya se encontraban varios braseros con los hierros calientes para herrar a los
becerros; a la vaca que no tuviese cría o no se la notase preñada se le ponía
un hierro que la marcaba con una ´´X´´ en el lomo y que indicaba, claramente,
que ese año esa vaca no había parido. La vaca que acumulase 3 ´´X´´ le daba al
dueño una clara señal de que debía venderse ese animal. Luego de hacer la
separación todos se avocaron a la faena de ir herrando mautes y becerros
grandes, era muy fácil saber que hierro colocar y bastaba con poner el mismo
hierro con que estaba marcada la madre. Luego de cada herrada se untaba la
quemada con bosta fresca. Aunque yo sabía enlazar bien, me había enseñado Tío Pedrito,
los llaneros no me dejaban entrar a los entrar a los corrales ya que el ganado
era muy mañoso y debía contentarme con observar el trabajo sentado en la
talanquera del corral. La herrada debía realizarse en verano porque de
efectuarse en invierno la herrada se llagaba tendiendo a infectarse y se
deformaba la señal además en invierno pululaban nubes de insectos que atacaban
precisamente las quemaduras.
Unos
herraban, mientras los becerreros curaban a las crías más pequeñas, para
prevenir la alta mortalidad, por este concepto; ya en los años 70 existía una
vacuna que le decían ´´Bobita´´ y que prevenía las enfermedades. En la época
que nos ocupa no se contaban con esos adelantos tecnológicos y los becerreros
debían asegurarse que, los becerros recién nacidos, bebiesen el calostro,
primera leche producida por su madre y que el ombligo se secase bien.
Finalizados
estas tareas se procedía a curar a las vacas de los gusanos de monte, una plaga
sembrada en los cuerpos del ganado por una mosca, llamada tábano, grande, muy
veloz y de una picada muy dolorosa que al hacerlo ponía un huevo que pronto se
convertía en larva y de allí poco faltaba para convertirse en gusano y este en
un tábano y continuar el ciclo. El pobre ganado no alcanzaba a espantarse estos
bichos sino hasta donde alcanzasen el rabo y la cabeza para espantarlos. Estas picaduras
eran muy dolorosas, como dije y forman un pequeño volcancito, en la piel, que
supura constantemente por un agujero central que no se cierra sino por el
contrario cada vez se hace más grande y es por donde respira y sale el futuro
tábano. Por lo tanto la parte del lomo y la barriga quedan expuestas a las
picaduras. Para los años 70 existía una vacuna que se le ponía al ganado
que curaba al animal.
En
esos días se enlazaba cada vaca, se llevaba al botalón (tronco grueso de madera,
casi siempre con una horqueta que se clavaba en el centro del corral) y se
procedía a exprimir aquello hasta q el gusano caía al suelo y lo aplastaban con
las alpargatas untando la herida con una pasta negra muy espesa. Yo observaba
todo desde la talanquera y veía correr a las vacas levantando una polvareda. Los
becerreros había separado a los becerros de las vacas y los pusieron en un
corral aparte y donde fueron echando también las vacas que habían sido curadas.
Esto
de los gusanos de monte resultaba de vital importancia para los dueños de
hatos, ya que las pieles tenían un mayor valor comercial cuanto menor fuese el
número de orificios que presentasen las pieles; además la merma en el peso del
ganado era considerable.
Yo
tenía mucha hambre cuando vi a la última vaca correr por el corral mientras un alegre
llanero con una sonrisa entre dientes decía ´´tú no te escapas´´ y corriendo
tras de ella le lanzó el más relancino de los lazos que haya visto jamás; acto
seguido paró en seco su carrera, se puso un poco de medio lado y mientras ponía
las piernas abiertas y flexionadas tomó la soga con la mano derecha mientras
que con la izquierda se la pasó por la espalda, agarró fuertemente la soga;
todo esto ocurría en fracciones de segundo mientras el lazo volaba por los
aires y caía, limpiamente, enlazando ambos cachos. El templón que recibió el
llanero le hizo caer el sombrero pero seguía riendo, al tensarse la soga me pareció
escuchar una nota musical, la vaca al sentirse frenada en su carrera dio un espectacular
brinco, momento que aprovechó el llanero para darle a la vaca soberbio halón
derribándola; cuando la vaca logró incorporarse ya muchos llaneros habían
llegado al sitio y tomado la soga para conducirla al botalón. Una curada vez
fue conducida al corral en donde se encontraban las otras vacas, cerrando y
asegurando bien la puerta de trancas; hecho esto abrieron la puerta del corral donde
estaban los novillos, los cuales, azuzados por los llaneros, quienes agitaban
sus brazos en cruz, con el sombrero en una mano y algunos perros que les ladraban,
amenazadoramente, entraron en tropel, levantando una gran polvareda que nos
envolvía a todos en el corral de trabajo donde habían estado las vacas cuando
el último hubo entrado se aseguró la puerta bien con mecates y procedieron a
sacar por otra puerta que tenía el corral donde estaban y que lo comunicaba con
el corral por donde llegaron. Cuando estuvieron juntos vacas y becerros se
procedió a ´´darles puerta´´, eso significaba que les abrían el tranquero y
quedaban en libertad de volver al potrero. Empezaba a aplacarse el polvo
levantado, los que han trabajado en un corral con ganado saben que ese polvo es
la mezcla de tierra con bosta seca de ganado. Ese polvo debía llegarnos hasta
los pulmones y uno estaba constantemente soplándose la nariz y sacudiéndose el
polvo con los sombreros. Decían que aquello era medicinal, yo no lo sé, pero lo
que sí es cierto es que a medida que empecé a trabajar más frecuentemente con el ganado las gripes
que constantemente me daban se fueron alejando.
Al
finalizar el trabajo todos nos dirigimos al morichal, entre las múltiples matas
de moriche que batían sus hojas batidas por el viento y creando un ambiente de
frescor, a pesar de lo cálido de la mañana. Por la serpenteante vereda llegamos
riendo y bromeando al morichal y mientras nos lavábamos vino una de las señoras
a participarnos que estaba la comida. Con el hambre que había nos apresuramos a
llegar al palo apique donde habían colocado una olla tiznada, ya que cocinaban a
leña. Al lado de la mesa había una vieja rejilla de nevera y remendada con
alambres, donde se asaban unos trozos de carne; cuando nos tocaba el turno nos
servían en una totuma 2 o 3 cucharadas de arroz y un trozo de la humeante carne
y como único cubierto una rustica paleta, de madera, fabricada por ellos
mismos. Una vez servidos nos fuimos acomodando como pudimos en el suelo
apisonado y de tierra del palo apique, los primeros se adueñaron de unos,
desvencijados, taburetes mientras los restantes debimos contentarnos con
sentarnos en el piso o en uno que otro tronco de madera lo que no nos
abandonaba era un espíritu de cordialidad que nos unía entre bromas y risas comenzamos
a comer y a mí me llamaba la atención el color blancuzco de la carne, dorada
por efecto de las brasas, creí que sería pescado pero no lo era; ¿sería una
broma? y cuando empezara a comer todos se reirían, pero mire en mi derredor y
todos comían así que decidí hacer lo propio y la verdad fuese lo que fuese,
aquello, estaba muy rico. Al terminar de comer nos sirvieron en un pocillo de
peltre un guayoyo endulzado con papelón. Mientras bajábamos la comida un
llanero rajuñaba un cuatro y otro entonaba unas coplas llaneras.
Serían
las 11 y 45 cuando todos se levantaron para ir a los corrales con el fin de
curar a los novillos. Mi Tío se excusó por no poder acompañarlos, pero debíamos
recorrer el camino de regreso a pie. Entonces nos invitaron para una capada que
tendría lugar a las 5 de la mañana del día siguiente y para ello dejarían a los
novillos en los corrales.
Por
esos años y por muchos años más se acostumbraba reunir a los novillos que
estuviesen aptos para servir a una vaca en celo y sin ninguna asepsia se
procedía a cercenar los testículos, con una navaja. Actualmente se les inyectan
hormonas femeninas produciendo en los novillos un efecto contrario a su
naturaleza. ¿Esta no será una de las causas por la que hay tantos maricones en el
mundo?
Las
razones para llevar a cabo esta práctica eran que al no estar pendientes de servir a las vacas comían más y por ende
engordaban más lo que se traducía en mayor beneficio para los dueños; otra de
las razones era que al no haber esa apetencia por el sexo femenino, los
novillos pacían tranquilos y se evitaban esas rivalidades y peleas que
inquietaban a toda la manada.
Nos
despedimos y comenzamos nuestra larga caminata por una polvorienta vereda bajo
un sol abrasador, la cual quedaba al borde de una selva de galería la cual nos
separaba del caño y de ella nos llegaban , claramente, el ruido que producían
las iguanas al correr huyendo sobre la hojarasca. Debíamos haber caminado cerca
de una hora, ya no se lograba ver la vaquería, cuando Mi Tío me dijo ´´mire
sobrino, esa carne blancuzca que se comió era culebra´´; me observó para ver mi
reacción y por si acaso iba a repetir pero lejos de ello le manifesté lo
sabrosa que estaba. Ese fue el comienzo de mi gira gastronómica por los montes
venezolanos que me llevó a comer ´´todo bicho de uña y pesuña´´ aunque les debo
confesar que mi amigo Simón Naranjo en su finca La Palmita, en Guárico, tuvo
que darle muerte a un león de montaña y que le estaba diezmando el ganado; los
llaneros cocinaron el cuerpo, muerto del animal, pero ni a Simón ni a mí sería
algo que nos quitaría el sueño. La carne era dura y correosa, la grasa sabía
mal y despedía un olor desagradable. Seguimos caminado y nos sentamos a
descansar a la sombra de una mata a la sombra de una mata de aceite, en cuyas
ramas habían anidado decenas de pájaros que revoloteaban alrededor nuestro toda
vez que se sentían amenazados.
Seguimos
andando y para sorpresa nuestra se acercaba un jeep y venía directamente hacia
nosotros, en principio no reconocíamos ni al jeep ni a su ocupante ya que con
sus altas temperaturas, el sol, hacía reverberar la sabana. Cuando estuvo más
cerca pudimos determinar que el jeep de mí Tío Tadeo y él mismo venía a
buscarnos. Cuando estuvo a nuestro lado detuvo el vehículo y mientras yo me subía
en la parte trasera mí Tío lo hacía en el asiento del copiloto. En un santiamén
estuvimos en el campamento y sin nada de calor ya que la brisa que se producía con
la velocidad del jeep, lo disipaba.
Llegando
al campamento nos esperaban con un vaso de limonada y la mesa servida con
algunas cosas para picar; sentados alrededor de la mesa conté mi experiencia y
nadie podía creer que hubiese comido culebra, sólo los convenció la aseveración
de mi Tío. Al terminar de picar todos se tiraron a descansar en las hamacas;
entonces Tío Pedrito me dijo ´´acompáñeme sobrino´´, salimos a la sabana y empezamos
a caminar rumbo a una mata de chaparro que distaba unos 500 mts y que por
efecto del viento había crecido paralela al suelo antes de elevarse al cielo,
en este tronco nos sentamos cuando llegamos a ella, entonces fijando sus ojos
en una horqueta que estaba sobre nosotros me dijo que le alcanzara el rabo de
venado que había colocado a secar allí. Con la pieza en sus manos y con la
habilidad que sólo dan años de práctica fue removiendo toda la sal con que
había atapuzado el mencionado rabo para curarlo. Haciendo gala de una destreza inusitada,
fue removiendo todo vestigio de sal, hecho esto y con el punzón de la navaja
hizo unos agujeritos muy delgados y uno al lado del otro cerca del borde por
donde había extraído la sal; también abrió otro agujero un poco más debajo de
los agujeros hechos, saco de un bolsillo un poco algodón con el que venían
envueltos los huevos y lo fue atapuzando en el rabo, acto seguido tomó una de
dos tiras que secaban en el mismo chaparro metiéndola con ayuda de la navaja y
cuidando que quedase bien apretada para que no se saliese el algodón. Esta
operación se realizaba en absoluto silencio y mis múltiples preguntas no
obtenían respuestas. Cuando hubo terminado tomó la segunda tira y la introdujo
por el otro agujero y la amarró formando una gasa por donde sujetarlo. Recogió
todo y nos dirigimos al campamento y por el camino sacó una botellita que contenía
un líquido aceitoso y se lo fue untando con los dedos, a mi pregunta qué es eso.
Me dijo, una mezcla de aceites, entre ellos de ´´perros de agua´´ (nutria) que
lo hacen impermeable y otros que lo hacían sedoso, suave y brillante. Íbamos a
llegar al campamento, se guardó la botellita, agarró el rabo de venado por la
gasa y me dijo ´´tome, aquí tiene un llavero´´.
Entre
al área y a los primeros que me encontré fueron a Gustavo Castillo, primo de mi
papá, quien siempre estaba alegre y a mi Tío Horacio Biord, todavía no se había
casado con mi Tía Ana Dolores Castillo; ambos estaban sentados conversando en
sus hamacas disfrutando del fresco que proporcionaban decenas de matas de mango.
Les enseñé mi llavero y los cuatro fuimos hacia la mesa central que era, por
así decirlo el epicentro de toda actividad; allí encontramos al resto del grupo
conversando y tomándose un café, les enseñé el llavero y mi papá propuso que
organizáramos una competencia de pesca desde la orilla, ganaría el que sacase
el pavón más grande. Aquello fue muy divertido y a la final terminó ganando mi
hermana Minucha. Esta competencia nos proveyó de abundante pescado para la cena.
Después
de bañarnos nos sentamos a la mesa a degustar de unos excelentes pavones
fritos, bien tostaditos. Terminamos de comer alumbrados por las lámparas de
querosén, serían apenas las 7 y media cuando concluimos de comer, esa noche no íbamos
a salir de cacería por cuanto había que levantarse temprano para ir a la
capada, no obstante hacía fresco y las estrellas iluminaban la sabana por lo
decidimos dar un breve paseo en los jeeps por la sabana. Ya subidos en los
jeeps Tío Pedrito nos hizo dirigir la mirada al cielo y con el haz de luz que
salía de su potente linterna fue explicándonos que las estrellas que conforman el
Cinturón de Orión asemejan una flecha que siempre apunta al norte, a la vez que
las iba señalando, nos explicó de otras estrellas y como hacían los llaneros para
orientarse (esta sencilla explicación me sirvió de mucho en las correrías
futuras).
Andando
por la sabana pudimos observar muchos animales, aunque no quitaba la vista del
cielo, me llamó la atención la profusión de conejos que había por esa zona y mi
padre me explico que se debía a una yerba que hace las delicias de los conejos
y por esa zona abundaba mucho.
Habíamos
rodado un trecho cuando Tío Pedrito advirtió la presencia de 3 zorros que
deambulaban por la sabana, se veían hermosos y debían encontrarse a unos 300
mts; el primer impulso fue espantarlos con un tiro. Total, alguien tenía que
proteger a los pobres conejos. Pero mi Tío no los dejó, por el contrario mando
a apagar los jeeps y todas las linternas y sentado en el borde de la carrocería,
trasera del jeep se llevó, repetidamente y estirada, la palma de la mano a su
boca y succionaba fuertemente mientras la retiraba produciendo una serie de
sonoros besos. Permanecimos expectantes por, aproximadamente, unos 5 minutos al
cabo de los cuales Tío Pedrito encendió su linterna y allí a escasos 25 pasos
se encontraban los zorros; 2 de ellos huyeron apenas vieron la luz pero un
tercero por fracciones de segundos levantó su cabeza y sus viva ces ojos, hasta
nos pareció ver que dibujaba una sonrisa en su rostro antes de alejarse, a toda
velocidad, por la sabana; en su huida pudimos apreciar lo hermoso de su pelaje
y pronto estuvieron fuera del alcance de nuestra vista.
Tuve
la dicha de fijar el rumbo para regresar y así en una noche fresca y estrellada
volvimos al campamento, cuya posición exacta determinó Tío Pedrito. Ya a las 9
y media estábamos acostados y empezábamos a soñar con la capada del día siguiente.
Serían
las 4 y media, de la mañana, cuando llamaron a los más pequeños ya todo estaba
dispuesto para la partida, aguardaban de pie al lado de los jeeps mientras
charlaban y se tomaban un café en un pocillo de peltre. Hacía frío y aunque
todavía estaba obscuro ya comenzaba a disiparse la niebla sobre caño y sabana y
algunos, tímidos, trinos nos anunciaban que pronto llegaría el día. Lavados y vestidos
nos encaramamos en los jees prontos a partir. Al arrancar el aire fresco nos
golpeó el rostro e íbamos oyendo el trinar de los pájaros que se levantaban con
la claridad del día y con su canto despiertan al hombre trabajador en
Venezuela.
Cuando
llegamos a la vaquería todo ardía en ebullición; 2 mujeres pilaban maíz para
hacer arepas (para el que no conoció – no existía la harina precocida –
entonces se tomaba un puño de granos de maíz crudo y se colocaba en un tronco
de madera ahuecado como un mortero y
Cuya
su base se había dejado lo suficientemente ancha para mantener el equilibrio. Las
mujeres echaban un puñado de maíz en el
pilón, así se llama y comenzaban a darles fuertes golpes con un par de varas de
madera muy gruesas y pesadas que las obligaba a asirlas con las dos manos y a
realizar un movimiento con el tronco hacia adelante y atrás. Comenzaban
colocándose una frente a otra con el pilón en medio de ellas y descargaban sus
golpes, pero no desorganizadamente por el contrario lo hacían en forma acompasada,
mientras una subí el mazo la otra lo iba llevando hacia abajo. Los golpes que
se producían eran graves y al golpear las mujeres lo hacían de forman rítmica
sirviendo de compás para un canto que entonaban. De vez en cuando detenían su
pilar para poner el maíz pilado en una gran bandeja de madera y lo venteaban --
sacudían con fuerza la bandeja, el maíz se elevaba r volvían a caer los pedacitos
de maíz pero las conchas y las impurezas se las llevaba el viento y caían al
suelo ,momento que aprovechaban las gallinas para venir en carrera para
escarbar y picar -- ; otra mujer iba moliendo el maíz para hacer las arepas y
preparaba la leña en el fogón donde se asarían las bolas de toro sobre la misma
vieja parrilla; una señora, aunque el piso era de tierra, barría el piso, con
una escoba hecha con ramas de monte, el cual había sido previamente con agua
para evitar el polvo; los ordeñadores debían traer la leña y también el agua; y
los llaneros habían pasado a los novillos al corral de trabajo y tenían todo
listo para la capada habían puesto sobre la talanquera sogas y cabrestos para
maniatar – estos eran unos mecates pequeños para amarrarles de una manera especial
las patas, esta acción se llama maniatar –, un perol para ir echando las bolas,
una pimpina de agua, una botella de
aguardiente, y varios pocillos.
Sorpresa
se llevaron los llaneros al ver a todos los hombres bajarse de los vehículos
con su soga de enlazar en la mano y dirigirse al corral; comenzaron a trabajar
y todos los llaneros al ver la habilidad y destreza que demostraban estas personas
de la ciudad con el lazo y era que todas ellas se habían creado en el campo y
no les eran ajenas tales labores. El trabajo era más o menos así; se enlazaba
al novillo y si este caía al suelo cualquiera, que estuviera cerca, corría y se
colocaba por el lado del lomo y apoyaba una rodilla en el ijar lo que le
impedía levantarse, acto seguido le tomaba las 4 patas, las llevaba hacia el
centro y las colocaba en forma alternada (una delantera y sobre ella una
trasera y así sucesivamente con las otras 2 patas) luego procedía a maniatarlo
con un cabresto y de esta forma el animal quedaba totalmente inmóvil. Si el
animal no caía al piso era halado por la soga al botalón y entonces le tiraban
un mecate, con una gaza en la punta, por arriba del lomo y el otro extremo del
mecate lo tiraban por debajo de la barriga; quien recibía el mecate introducía
la punta por la gasa e iba halando el mecate hasta ajustarlo en la barriga,
hecho esto y acto seguido tiraba el mecate por entre el las patas traseras, el
cual era recogido del suelo y se comenzaba a halar del mismo. Yo no sé, hasta
ahora, el efecto que esto produce en el ganado, lo que les puedo asegurar es
que es un método rápido y efectivo. A medida que iba cayendo había que ir
aflojando la soga amarrada al botalón, para que el animal llegase al piso. Una
vez que el animal estuviese en el piso se procedía en la forma descrita anteriormente.
Con
el novillo todavía maniatado se le acercaba uno de los llaneros y a quien
apodaban ´´El Cirujano´´ con una navaja muy afilada
ROSALIO JULIO CASTILLO BRANDT
24 de diciembre de 2013
….continuará,
pero quería compartirlo con ustedes. Espero que les guste y tengan una feliz
navidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
TU COMENTARIO ES IMPORTANTE PARA MÍ...MUCHAS GRACIAS